Este texto lo publiqué en el 2012. Hoy, vuelvo a hacerlo. Hoy, por este ¡Shaná Tová!
Termina el año y, creo, que una de las cuestiones importantes es
lo que se tiene claro. La certeza real de ciertos elementos. Esto, quizás, nos
permita el lujo de un balance prometedor. La certeza a la que me refiero es la
que nace no sólo de convicciones sino de la realidad que nos rodea y que
alimentamos. Aquella que nos permite no sólo creer sino vivir con más
tranquilidad.
Hoy, en este fin de año, tengo certezas absolutas sobre algunos
puntos. Tal vez sea la madurez, dicen. No es que voy a enlistarlas ni a dar
ejemplos pero si marcar las cuatro que considero que, inevitablemente, están
a la cabeza.
Sé a quienes amo. Por eso de estoy condenado a
amar. Es tan importante ello. Saber, a ciencia
cierta, a quienes amamos es fundamental porque no habla del pasado, ni del
futuro, sino del “aquí y ahora”. Pero algo tan esencial incluye algunas
cuestiones que no debemos negar. Amar a alguien no implica otra cosa que la
convicción que tenemos, no conlleva, necesariamente, la reciprocidad. Si, valga
decirlo, ojalá la acompañe. Pero no es lo que nos da una convicción, sino que
la hace más “divertida” –si, permítanme ese término lúdico pero léanlo en su
sentido más profundo, comprometido y compartido posible-. Confieso
que he amado, decía, pero sé que lo haré también
porque tengo claro a quienes amo. Esto, independiente de esas personas. La
autonomía también alimenta el amor.
Lo segundo de lo que tengo certezas es en mi fe. Saber que he llegado a ella por vivir, por compartir, por
comprender, por sentir, por ser racionalmente idealista y por ser utópicamente
racional. Por mis errores y aciertos que, nunca son iguales. Por el dolor
sufrido, por la alegría compartida, por el daño recibido, por el que hice,
también. Por lo que me dieron y ofrecí, por lo que me quitaron y quité.
Lo tercero, son mis amigos. Pocos, como corresponde pero sé cuáles
son y, por ende, cuáles no. En esta línea divisoria que sólo se manifiesta
cuando hay problemas radica la esencia de la tranquilidad para las crisis
siempre probables. No quita que en el segundo grupo, siempre uno pueda
sorprenderse con gestos que enaltecen y animan, con actitudes que facilitan el
sentirse vivos. Pero mis amigos y amigas, ese puñado de personas vaya que tengo
certezas sobre ellos.
Lo cuarto, el placer. Sé lo que me produce placer, sé lo que no lo
hace y sé en qué dirección avanzar para que su búsqueda sea con muchas
probabilidades de tenerlo. El placer,
valga recordar, es siempre una tierra exótica que nos invita a descubrirla un
poco más. Por más que haya algunos lugares que visitamos y sobre los cuáles tenemos
certezas, es bueno imaginar, creer y asumir que existe un mundo que aún podemos
intentar descubrir y que nos producirá placer hacerlo. He aquí, me permito
decirlo, un pequeño secreto de juventud símil eterna. Pero lo dicho no quita
que tengo la certeza del placer que recibí, de algunos de los que di, no de
todos. También sé, con convicción absoluta, aquellos que, aún hoy, me gustaría
revivirlos.
Tengo algunas certezas más, sobre personas que están y otras que
no están. Sé con quienes me gusta hablar por más que no lo haga, sé que el
arte, por más que no lo maneje, es vital para expresarme, sé con quienes aún me
debo largas charlas y con quien algunos besos, sé algunas de esas cosas con la
certeza que da el haberlas sentido, pensado, creído y aceptado.
He aquí, sin dudas, los elementos que me permiten pensar un año
más para poder vivirlo, de poder pretender que sea pleno y enriquecedor, aunque
sepamos que en eso no hay certezas por eso de “caminante no hay caminos sino
estelas en el mar”.
Y tú, ¿cuáles son tus certezas en ese año que se termina?