domingo, julio 23, 2017

Abrazar

Los gestos que nos acercan al otro son siempre simples, capaces de ser reproducidos infinitas veces. Son, en realidad pocos gestos, que parecen que se hacen iguales cada vez que lo hagas, con quien lo hagas. Así un beso, dentro de su abanico de posibilidades, tiene una forma, digámosle, anatómica y fisiológica de hacerse que se repite con un margen estrecho de diferencia. También es así con las caricias y con el abrazo. Sin embargo, los que los experimentamos a ello (¡ojalá todos!) sabemos que hay una diferencia esencial. Que ni un beso, ni una caricia, ni un abrazo son los mismos, por más que se repite, inexorablemente, lo que hacemos.
Creo, que todos esos gestos suelen tener una suerte de ADN muy preciso. En el caso del abrazo como una “impresión” muy clara de la abrazada. Será, tal vez, porque siempre implica el dejarse abrazar (de nuevo se puede extrapolar para los besos o las caricias o, en definitiva, para cualquier gesto de sentir.
El “ADN afectivo”, por ponerle un nombre que evoque la especificidad, se arma en este caso por la suma imposible de quien  abraza y de quien se deja abrazar. Quizás es la esencia de lo que Pablo Neruda, como poeta, sintetizara al decir que “En tu abrazo yo abrazo lo que existe”.
Además, señalemos una evidencia, por más que algo se repita casi matemáticamente nunca es lo mismo a nivel afectivo. Algo así como si “nunca te bañas en el mismo rio”, nunca jamás abrazas igual. Así, jugando un poco con los símbolos, digamos que un abrazo es una ecuación casi matemática donde la precisión existe pero obviamente se olvida. Uno abraza a otro y solo puede hacerlo perfecto cuando ese otro se deja abrazar.
Como siempre sostenemos, el sentir nunca tiene como condición la reciprocidad, aunque esta es excelsamente maravillosa y genuinamente estimulante. Pero, no obstante ello, hay gestos que precisan siempre el otro, que recibe, consiente y nos devuelve, sobre todo, su presencia y la fragancia del momento.
Abrazar a alguien, es permitir que ese gesto simple, sea, en ocasiones, un canto al encuentro un poema de vida, que en otros casos, sea la prueba de la certeza de la confianza, que siempre contenga la disposición del espíritu para elevarse y que, en ciertas situaciones, ofrezca la posibilidad de “unir las partes que están rotas”.

Así que cuando abracemos, dejemos lo mecánico, eso es lo fácil, y procuremos  la orfebrería de lo que nos hace humanos, encontrarnos con el otro, que a su vez, nos deja ser “otro”.

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