Los gestos que nos acercan al otro son siempre simples, capaces de ser
reproducidos infinitas veces. Son, en realidad pocos gestos, que parecen que se
hacen iguales cada vez que lo hagas, con quien lo hagas. Así un beso, dentro de
su abanico de posibilidades, tiene una forma, digámosle, anatómica y fisiológica
de hacerse que se repite con un margen estrecho de diferencia. También es así
con las caricias y con el abrazo. Sin embargo, los que los experimentamos a
ello (¡ojalá todos!) sabemos que hay una diferencia esencial. Que ni un beso,
ni una caricia, ni un abrazo son los mismos, por más que se repite, inexorablemente, lo que hacemos.
Creo, que todos esos gestos suelen tener una suerte de ADN muy
preciso. En el caso del abrazo como una “impresión” muy clara de la abrazada.
Será, tal vez, porque siempre implica el dejarse abrazar (de nuevo se puede
extrapolar para los besos o las caricias o, en definitiva, para cualquier gesto
de sentir.
El “ADN afectivo”, por ponerle un nombre que evoque la especificidad,
se arma en este caso por la suma imposible de quien abraza y de quien se deja abrazar. Quizás es
la esencia de lo que Pablo Neruda, como poeta, sintetizara al decir que “En tu
abrazo yo abrazo lo que existe”.
Además, señalemos una evidencia, por más que algo se repita
casi matemáticamente nunca es lo mismo a nivel afectivo. Algo así como si “nunca
te bañas en el mismo rio”, nunca jamás abrazas igual. Así, jugando un poco con
los símbolos, digamos que un abrazo es una ecuación casi matemática donde la
precisión existe pero obviamente se olvida. Uno abraza a otro y solo puede
hacerlo perfecto cuando ese otro se deja abrazar.
Como siempre sostenemos, el sentir nunca tiene como condición la
reciprocidad, aunque esta es excelsamente maravillosa y genuinamente
estimulante. Pero, no obstante ello, hay gestos que precisan siempre el otro,
que recibe, consiente y nos devuelve, sobre todo, su presencia y la fragancia
del momento.
Abrazar a alguien, es permitir que ese gesto simple, sea, en
ocasiones, un canto al encuentro un poema de vida, que en otros casos, sea la
prueba de la certeza de la confianza, que siempre contenga la disposición
del espíritu para elevarse y que, en ciertas situaciones, ofrezca la
posibilidad de “unir las partes que están rotas”.
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