Durante mucho tiempo escuché como alguna vez la Argentina
fue el granero del mundo y dejamos, algunos argentinos, que esa realidad se
evaporara por errores y negligencias, con mucho accionar de la desidia y, sobre
todo, porque los actores importantes permitieron que cierta ceguera de los
intelectuales frente a la mezquindad de los llamados políticos destruyera lo
que podíamos ser. Para los economistas ese despilfarro de un “capital” es algo
terrible.
Hoy, encuentro un titular de un diario español que dice: “El
Gobierno maneja un texto que propone que la educación sexual empiece a los seis
años”[1]. Como
una novedad a discutir en el año 2018. La Argentina, como otrora granero, votó en
el año 2006, por amplia mayoría, una ley que no sólo decía esto, sino aún más a
favor de la educación sexual integral. Una ley modelo, la 26150. No sólo eso
hizo eso, además, en el 2009 definió los lineamientos curriculares para que la
letra de la ley tenga caminos concretos para hacerse acción. Simbólicamente, la
Argentina tenía todo para ser el “granero” de una educación no sexista,
pro-vida (en el sentido real y no en aquel que usurparon algunos en una
discusión nefasta en el último debate sobre el aborto), pro equidad real y
activa; una educación a favor de las personas y de la sociedad, en defensa de
los derechos y en la promoción de la libertad, de la autonomía, de los
sentimientos, del crecimiento individual, de la erradicación de los problemas
que afectan a todas las personas a nivel de la vida sexual, desde la lucha
contra todo tipo de violencia, hasta la prevención, promoción y búsqueda de
soluciones a los problemas de los embarazos no intencionales, de los abusos
sexuales, de la infelicidad, entre tantos). Porque la educación sexual integral
se orienta a ello, y cuando es de calidad, sistemática, convencida,
actualizada, en evaluación permanente, apunta a que eso no sea una utopía sino
un camino que recorremos de forma real.
Sin embargo, como otras veces lo hicimos, nefastos políticos
que creen que su cargo electivo les da capacidades intelectuales, intelectuales
que creen que su voz le da sabiduría osan despilfarrar ese “granero”. Así, hoy,
en el 2018, se vuelve a discutir la educación sexual integral. No hablo de
aquellas discusiones que surgen de la preocupación genuina de padres, madres,
educadores e interventores sociales que procuran conocer, comprender y
optimizar todo lo que tenga que ver con la educación. Me refiero a la discusión
donde se esgrime argumentos de una perversión indisimulada, con algunas mentiras
que rozan lo criminal, con un muestrario de lo peor de nuestra historia y con
una manifiesta incapacidad para pensar el presente y crear un futuro. Ellos,
negando la evidencia y la realidad, creen que ganan, pero, la historia, la
vida, la ciencia, las personas y hasta los dioses, si creen, saben que pierden.
Por eso la consigna es clara: ¡No ceder!, la educación sexual es más que un
derecho, es más, es ese “granero” al que no debemos renunciar.
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