Un buen día te das cuenta que la navidad no es sólo una fiesta religiosa, aunque su contenido lo sea. Es un pequeño oasis en el caos de nuestro mundo. Es la palabra que hemos utilizado para decirnos que vale la pena pensar que el otro es importante siempre. Es tomarnos un espacio en el trajinar cotidiano para decirle a alguien, aún el que no compartimos lo cotidiano, que merece la pena ser feliz. Es un momento que nos podemos tomar para no pensar en el ombligo de uno sino que la vida está llena de pequeños gestos que están en nuestro ADN humano. Que pensar que la solidaridad, el celebrar la vida que existe, el ofrecer un presente (deseado, sentido o circunstancial, da igual) es un lujo para quien lo ofrece y que puede generar esa sonrisa que vale una vida entera: la que nace del corazón o del simplemente sentirse que uno vale, sin tener que hacer un listado, aunque mental, de méritos.
Si, nos merecemos tener 365 días como esos para que nuestra humanidad sea más humana que lo muchas veces demuestra ser. Pero, sin contentarnos con eso, celebremos que aunque sea por un día más que los habituales que “salvan a la humanidad” todos los días, la humanidad se acuerda que el otro siempre nos dará sentido.
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