viernes, abril 05, 2019

Trinchera política

En la Argentina de los últimos años la idea de “grieta” apareció como una realidad que se impone como inevitable. Esta sensación inevitable era lógica ya que se establecía que había un dilema de carácter político, social, moral, ético. La dicotomía era fundada y no había forma de resolverla. O la respuesta era “si estoy con esto” o “no estoy con esto”. Confieso, sin pudor, que fui atrapado por ese pensamiento durante un tiempo. Un pensamiento comprensible dado el carácter del ser humano. Su razonamiento ético suele ser dicotómico: lo que está bien no puede estar mal al mismo tiempo. Salvo en los dilemas pero ese es otro cantar, la vida cotidiana, la urgencia del vivir hace que nuestra mente, en ocasiones, “nuestro cuerpo”, como refiere Borges, actúe en función de posturas morales encarnadas y opté rápidamente por lo que crea bueno. No por nada, nadie –o casi- acelera el auto cuando una persona mayor está cruzando con dificultad la calle.
Tengo dos hipótesis: 1] la famosa grieta es un sistema que la política ha utilizado para mantener sus privilegios y que la misma es, casi en todo, sólo para “la platea”. O sea, el dilema se mantiene cuando no hay intereses y beneficios internos a resolver. En esta situación; 2] a nivel público no es grieta, sino “trinchera”. Veamos un poco.
La política como se lleva a cabo en la república argentina (en otros lados también, valga decirlo pero nos detengamos en nuestro pequeño cosmos) es un sistema de poderes que ha creado una casta de privilegios rotativos, semirotativos, hereditarios y circunstanciales. En la mayoría de los casos con una clara intención de ser tipo “monárquicos”, por eso que sólo se terminan con la muerte. Los privilegios han tomado dos elementos distintivos: impunidad (de diferente nivel pero impunidad, llamada generalmente fueros) y un sistema aceitado de riqueza personal y/o familiar  (según la pirámide social argentina la clase alta es la que tiene un ingreso mensual mayor de 130.000 pesos. De allí hacia arriba, van los sueldos del poder legislativo, judicial y algunos del ejecutivo). Para acceder a él se depende de diferentes variables, obviamente. Saquemos el judicial para este razonamiento pues es el “único”, hasta el momento o como regla general, que exige condiciones intrínsecas a la persona: estudios de derecho y una suerte de evaluación de los pares. No alcanza con “quiero impartir justicia” hace falta, título de abogado y concurso.
Lo segundo es lo que llamo “trinchera”. La trinchera a diferencia de la grieta, es un espacio creado para el enfrentamiento. Desde aquí defiendo mi posición contra quienes están del otro lado (el fuego amigo surge por esto que yo disparo al otro lado no siempre viendo). Desde la otra trinchera hacen lo mismo. No existe posibilidad que nos sentemos a hablar con la otra trinchera. Eso lo hace o no los que están arriba de este problema creado por la política, basado, como siempre, en la defensa de un poder, un sistema de beneficios y, hoy, más que nunca, débilmente fundado en ideologías o proyectos. Estos muy difusos, se reducen a “somos mejores que los otros”, “cambiemos”, “pensando en el futuro”, “revolución del corazón” o “buen día Tucumán”.
La trinchera, como modelo de defensa y ataque conlleva que los proyectiles que tiramos hacia el otro bando no tienen que ser “los mejores”, son válidos simplemente con la intención de hacer daño a los demás. Así, es normal ver en las “trincheras” razonamientos insostenibles según la lógica, como también, encontrar contradicciones epistemológicas. A esto se suma la invariable sucesión de insultos fundados en el rumor y la inagotable muestra de sesgos permanentes.
Esta “trinchera”, insisto, se mantiene para abajo para el ruedo, sostenida por una pirámide de dependencia que la misma política mantiene. Con diferentes recursos (principalmente económicos, con una variedad de escalas de remuneración, obviamente), con las promesas que “tú puedes ser el próximo elegido para llegar a la casta de, por ejemplo, parlamentario” y con creencias ideológicas reales de algunos que, como si fuese una guerra, es ahora o nunca donde deben imponerse con la promesa vana de la esperanza que luego de la guerra el sistema será justo, equitativo y deseado.
¿Qué hacer? Es la pregunta del millón. Si uno no la responde parece ser que es culpable de haberlo dicho. Un razonamiento típico de los que se benefician del sistema o de los que están muy adentro sosteniéndolo. No se trata de “hacer un partido y ganar las elecciones”. Eso no es ni una solución ni una opción para este tema. No sé bien la solución, sé que el comienzo de la misma está en poder hacer un diagnóstico correcto. Ese es el primer paso. Una revolución intelectual que supere la trinchera y que permita comprender también que la dicotomía es una sola: de un lado una casta política enriquecida, impune, estructurada en privilegios y consolidada en su propia defensa interior, la del otro lado la de una población que necesita equidad, previsibilidad, calidad de vida no como promesas de campaña, no como premio a los que mantienen la trinchera, sino como un imperativo moral, social y real.


5/4/19

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