La vida es
un andar por donde se va yendo. Parajes que se van haciendo conocidos y otros
que aparecen como inevitables. De pronto los parajes de cambio surgen sin
buscarlos. Así andamos entre caminatas, peregrinajes y pausas. La vida es eso,
por lo menos como una buena metáfora. En ese andar vamos con distintos pasos,
con desigual esfuerzo y con variado entusiasmo, según lo que nos toca. Así, en
ocasiones, aparecen las oportunidades.
Una oportunidad es simplemente eso que
aparece en algún momento para compartir con alguien un instante de ese andar, a
veces, valga decirlo, sólo una partecita tan pequeña que es insignificante en
el todo. Pero, en esos segundos, es la suma de una eternidad. Está claro que no
siempre nos damos cuenta de esas oportunidades y, todos, creo, hemos perdido
sin darnos cuenta unas cuantas.
Yo, por ese arraigado y, lamentable, esfuerzo
reflexivo para tantas cosas sin sentido, tengo un listado de oportunidades
perdidas. A mi favor, sólo hago una lista de las oportunidades de encuentros
que no aproveche. No más que eso. El resto, pasa, va y vuelve.
Pero lo cierto
que creo que debemos pensar, en algún momento, sobre que hacemos frente a una
oportunidad de coincidir con alguien y permitirnos el aprovechar ese encuentro
para saborear un poco de humanidad. Permitir que un poco de cariño, algo de
ternura aparezca como una forma de expresión. No porque sea fácil, no porque
sea una inquietante urgente. Sino porque simplemente tenemos la oportunidad de
permitirnos un instante, dejar salir lo mejor, dejar fluir lo posible y con eso
ganar fuerza, deseo y energía para seguir caminando.
Ahora bien,
todo encuentro son dos personas que se detienen en su andar para verse y sentirse
ese momento donde coinciden (que, valga decirlo, puede ser constante y seguido,
nunca permanente). Digo esto porque el encuentro no pasa porque uno quiere,
sino porque dos lo permiten. O sea, podes desnudarte entero de alma, podes
dejar toda la piel en el esfuerzo, podes hacer que el mundo gire de otro forma,
podes hasta renunciar a caminar para el encuentro, podes hasta hacer “casi”
todo lo necesario y más, pero, el encuentro siempre necesita que el otro haga
lo que completa el “casi”. Encontrarse no es más que renunciar a algo para
poder verse, escucharse y estar.
Por ello,
brindemos por esas oportunidades imposibles que todo camino nos ofrece,
siempre. Ya por ello hay brindis y sonrisas que siempre deben estar.
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