La intimidad
es una eternidad concentrada en un instante. Dura lo que dura. No más que ello,
ni menos. Dado que la intimidad es acción, sería un verbo, pero que sólo se conjuga
en presente. La intimidad es “aquí y ahora”. No existe intimidad en pasado ni
en futuro, por ello no es ni promesa, ni recuerdo. Hago una observación sobre
esto: toda intimidad nace teñida con los colores de las otras intimidades
vividas, pero nunca es una reproducción y, valga decir, toda intimidad vivida
alimenta el deseo de una intimidad a vivir. Pero no confundirse es sólo
presente.
La
intimidad, decía hace tiempo, es ese momento compartido donde la desnudez
alcanza un nivel superlativo de humanidad. Cualquier desnudez, puesto que la
intimidad es exhibir la fragilidad para descubrir la fortaleza. Aun siendo
pasajera, aun siendo circunstancial, la intimidad nos revela naturalmente.
Hay personas
que tienen la capacidad de generar desnudez y otras que tienen la capacidad de
crear las condiciones para la intimidad. Fabuloso cuando van junto pero
sabiendo que son dos cosas diferentes. Ni siquiera complementario, lo que no
quita que es sublime cuando están juntos.
Quizás por
ello creo que nunca se debe renunciar a la posibilidad de compartir intimidad,
nunca jamás se debe intentar hacerlo. Sin embargo la madurez del espíritu surge
cuando aprendemos como protegernos, sin escondernos, como disfrutarla sin tomar
riesgos, como producirla sin pagar cualquier precio.
Desarrollar
intimidad sólo es posible porque nuestra humanidad está hecha para el
encuentro, desde la alteridad inevitable. Comprenderlo es hacer un paso más en
nuestra evolución.
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