A mucha gente le gusta decir que no le
importa “el qué dirán”. Lo plantean como un tema seguro, real y definido. Lo
enuncian de un modo grandilocuente. Se afanan en mencionarlo despotricando
contra aquellos que son más conservadores y que procuran hacer lo que creen lo
mejor para que nadie hable de ellos. Es más cuando hablan de esos
"conservadores, reprimidos y preocupados por la opinión de los otros, o
sea esclavos del pensar ajeno y que no son libres", suelen insistir mucho,
ser muy locuaces para avanzar supuestos argumentos a como ese otro, esa otra se
comporta.
Sin embargo, me he encontrado que
generalmente a los únicos que realmente no les importa el famoso “qué dirán”
son, precisamente, aquellos que no necesitan anunciarlo. Gente que vive las
cosas con sus decisiones, acciones, omisiones y haceres. Y van por la vida
acertando y errando en su andar sin que se modifiquen mucho por "el que
dirán". Básicamente la opinión de los demás hasta escuchándola, la mayoría
de las veces se la sudan.
Eso me hizo pensar que podría decirse que
aquellos que andan haciendo gala de su “independencia del decir ajeno” se
preocupan demasiado por lo que los demás dicen. Uno quiere convencerse
que no deberían decirlo porque esa opinión está errada. Estas personas que
enfatizan que no les importa "el qué dirán", son las que, tengan por seguro,
siempre encuentran una buena razón, por llamar así a su rastra de excusas,
para que en esta ocasión y “excepcionalmente o, sólo justito porque es este
tema o es esta persona, será mejor no dejar que hablen los demás; así, están
seguro que hay que comportarse según el manual implícito de las normas sociales
aceptadas y el comportamiento considerado normal. La vida termina mostrando con
evidencia esas cosas. Para peor, esas personas se convencen que son
completamente ajenas al qué dirán. Se creen tanto su juego que se enojan
simplemente porque le decís que no es así. Son como la fábula del rey desnudo.
Cada cual que haga su juego como le guste,
sería lo atinado a decir. Pero creo que la vida nos va enseñando, para algunos
rápido y para otros, como uno, muy tarde, que sólo importa lo que te dicen dos
o tres personas, quizás. Aquellas que son capaces de decirte, cara a cara, lo
que creen porque aprendieron que su palabra tiene valor para uno.
Un análisis preciso y que da en el centro al escuchar con lucidez mas allá del enunciado
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