La vida cada
tanto nos hace pensar y decirlo. Como si fuera que tenemos que poner en
palabra, escrita u oral, lo que nos guía. No como verdad sino como una síntesis
de lo que hacemos o, mejor dicho, lo que aspiramos hacer. Las razones son las
más variadas, conversaciones, aniversarios, entradas de blog, reuniones o,
simplemente, el día (habitualmente la noche, por eso que inspira).
Lo cierto
que eso me llevo a esta sentencia que me parecía útil verbalizar: tres cosas
son las importantes en la vida. Esas que nos permiten pensar en felicidad, en
necesidad de ocuparnos y de buscarlo hasta sin aliento. Las tres cosas son:
alguien con quien compartir, alguien por quien preocuparse y alguien a quien
darle cariño. Lo que uno espera, valga decirlo aquí, es que seamos ese alguien
para otra persona, obviamente.
Pero esto
merece un poco más de detalle. Alguien no implica una sola persona, pero si una
persona como mínimo. No es la unid ad perfecta con nadie, somos humanos, pero
siempre está bueno que una persona reúna ese todo. Pero si es sólo una persona
no está tan bueno. Debemos comprender que lo que reduce, quita, en cuanto a
relaciones, en su sentido más positivo.
Pero me
permito desarrollar más estas ideas. Compartir es permitirse que lo que nos
pasa en lo cotidiano otro –varios otros- lo puedan percibir, soportarlo,
tolerarlo o disfrutarlo. Porque lo cierto que no siempre pasan cosas buenas y
ellas también se deben compartir. Si está claro que la regla es clara: el
número de personas que comparte lo terrible es inversamente proporcional a lo
terrible que sea. Para la alegría, es más fácil y, por ello, es directamente
proporcional. Pero aún en estos casos, lo sabemos, lo que importa es cuales son
las personas que queremos que estén en ese momento. Eso nos delata la
importancia real de las personas. Compartir charlas, juntadas, besos, cama,
cocina, risas y lágrimas. Cada cosa tendrá su nombre pero siempre hay alguna
que puede ser el denominador común. Saberlo es importante. Valga decirlo, no es
deseo de compartir, es la intención que conlleva un esfuerzo serio, constante y
concreto de hacerlo.
Preocuparse
es la forma de decir que lo que al otro le pasa nos importa. Por alguien nos
interesa su bienestar. Nos inquieta y nos moviliza. No es sólo el decirlo es el
intentar con los recursos que tenemos de cuidarlo. Cometiendo errores, quizás,
somos humanos. Pero es la intención real que no va en contra del otro nunca.
Aunque, debo remarcar, puede hacer daño. Cuidar al otro es complicado, complejo
e increíblemente sanador. Porque abrimos un oasis en nuestro corazón. Cuidar al
otro, lo que surge de preocuparnos, pero no como algo superficial, sino como
algo que nos moviliza, nos interpela siempre.
Dar cariño
es la forma elocuente de ser humano. Es permitirse el mejor boomerang que
disponemos. Es dar y con ello energizarnos. Porque el cariño que se da nos
alimenta. Pero valga decirlo, recibirlo implica también algo estupendo,
innegociable, increíble y esencial para la vida. Pero el cariño se da y se
recibe, pero uno lo hace, nunca jamás se puede obligar. Nunca jamás se debe dar
como moneda de cambio. Por ello cuesta. Pero lo cierto que no siempre podemos
darlo, es verdad. Pero saberlo y desearlo es lo que puede estar a la base de
nuestra mejor motivación.
Dar cariño
de todas las formas posibles, de las que sabemos y de las que podemos aprender.
Porque dar cariño es buscar la forma de acercarnos al otro y de hacer que el
otro sepa que existimos pero, sobre todo, que existe.
Si, sólo son
tres cosas las que importan. Pensarlo, sentirlo y vivirlo quizás nos dé más
vida o, lo que es seguro, nos dará una vida mucho mejor.
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