Se celebran las Pascuas (las de resurrección y las de Pésaj).
Más allá de las creencias que cada uno defienda, crea y viva, lo cierto es que
existen en esta idea una celebración que contiene los elementos que nos definen
como humanidad según Aristóteles: la capacidad simbólica y la vida en sociedad,
según me refiere una profesora de filosofía. Pues bien, pensemos un poco más en
esta idea que hoy se hace, no sólo necesaria, sino imprescindible. Es verdad
que toda religión tiene fechas que sintetizan su creencia y exponen su fe. Para
los que no son creyentes esas fiestas no le dicen mucho o les resultan
indiferentes o raras. Sin embargo, podemos aceptar algo con más
facilidad. Cuando los creyentes viven realmente esas fechas siempre
incluyen por lo menos tres cosas: tiempo de reflexión y de auto-reflexión,
convicción que esa creencia implica la esperanza de algo mejor para toda la
humanidad e intención de compartir con otras personas, conocidos y también
desconocidos. Todo es, lo subrayemos es una actitud éticamente humana loable. Esto
surge, insisto, por la capacidad humana de crear rituales que evoquen
historias, sentidos y cercanía y que se potencian visiblemente cuando las
compartimos. Porque el ritual implica una comunión de ideas que evocan hechos y
que nos permiten saborear el compartir. Por eso, quizás, es tan importante
las celebraciones, porque es una de las formas que tiene la humanidad, desde
siempre, de acercarse al otro para no sólo mostrar compañía sino para generar
los gestos mínimos que nos identifican como especie: el creer en el otro, el
dar sentido a las cosas, en comprender que venimos de una historia, de
proponernos, cada tanto, en hacer algo para salvar la humanidad toda. Sí, no se
trata de creer en una u otra religión o en ninguna, se trata de aceptar el
desafío permanente de salvarnos como humanidad toda, aportando el pequeño
“salto” (paso por la idea original de las pascuas) de quien somos a alguien un
poco mejor en el día que sigue.
Esto, en estos tiempos de crisis
y dificultad, es algo hermoso. Puesto que si hay alguna posibilidad que la
humanidad supere su desazón, su autodestrucción, su incapacidad de vivir en paz
permanentemente es haciendo eso de manera más constante.
Este año que pasó y
este que estamos viviendo ha mostrado extremos terribles: desde egoísmos
inaceptables hasta generosidades esperanzadoras. Hemos vista el dolor sin
límite y el esfuerzo de mucha gente por contener ese dolor. Hemos visto
extremos, podemos decir. Es decir, hemos visto lo que ya sabemos: que en la
especie humana conviven los extremos: desde gente que va destruyendo parte del
planeta por imbecilidad total y egoísmo o personas que hacen el mal a una o a tantas
personas, pero también, todos y todas hemos tenido la experiencia de toparnos o
conocer con seres humanos que aún persiguen la utopía de ofrecer lo mejor como
seres humanos. Sí, todos hemos conocido, sin dudas, personas justas que, como
bien dijo Borges, “están salvando el mundo”.
Aún sin creer en esas creencias,
hagamos voto que la humanidad tiene la posibilidad cierta de salvarse o, por lo
menos, de no destruirse y violentarse tan rápido. Así, quizás, lo consigamos.
No como sueño edulcorado o como una fantasía, sino como parte de un plan, de un
esfuerzo sistemático, de una decisión. ¿Conseguir qué? Lo más elemental:
vengamos de quien vengamos, el ser humano está llamado a algo mejor que lo que
demostró en general: está llamado a la paz, a la alegría, al amor. Así que
hoy es bueno pensarlo y sentirlo, pero mañana hay que volver a trabajar para
poder concretarlo. Pero hoy, valga decir: ¡ Jag Pesaj Sameaj y Felices Pascuas!
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