“No saber amar, no significa que no se ame”. Leo en un libro. Aprender es entonces la clave. ¿Pero se puede aprender a amar? Ya lo dije, se puede enseñar los recursos para hacerlo. Así, se puede mostrar la tonalidad de las emociones, las necesarias habilidades, se puede mostrar la paleta de colores, sonidos y sabores que nos rodean y ver como se combinan mejor. Además, se puede aprender a escuchar como laten los corazones y lo que los diferentes sonidos puedan decir. Si, son imágenes y evocan a poesía, aunque sea ya gastada y por ello no pulida. Porque el amor sigue siendo fuente de poesía o, tal vez, rime con poesía. Pero que eso no nos confunda. Amor sigue siendo real, concreto y de día a día. Amamos porque aprendemos a hacerlo y para ello, nunca mejor dicho “a dios rogando y con el mazo dando”. Es decir que el amor existe no sólo porque lo sentimos sino porque lo “laburamos”. Porque nos empeñamos en que eso implique superación para intentar otra vez algunas cosas y, sobre todo, porque existe un deseo –como motor- para el intento sea un poco mejor, cada vez.
Ahora encima, lo complicamos, el amor incluye tantas
versiones que cada una de ellas conlleva dimensiones o manifestaciones
diferentes. Formas de comunicarnos, de hacer, de ofrecer, de pedir, de sentir,
de conectar, de un largo etcétera que nos obliga a sintetizar con una sola
palabra universos diferentes, que tal vez tengan la misma esencia –el bien del
otro- pero que constan de tantos matices que sobresalen de maneras tan
disimiles que la diferencia es notable. A eso, encima, le agregamos que
utilizamos el amor para validar cualquier cosa que nos incomoda, en ocasiones.
Así, hablamos de amor con la liviandad que nos permitimos tantas cosas, en
ocasiones y, obviamente, “no en tu caso”.
Si, amemos y “sexemos” como soñamos, pensamos o
sentimos. Para ello, sólo queda el camino del aprendizaje. El resto, lo dejemos
a los animales que les va bien por ser animales.
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