Desde hace un tiempo a la fecha, como algo extremadamente saludable, se empieza a hablar de la masculinidad, es más, positivamente se la utiliza en plural: masculinidades. Es curioso que hayamos tomado tanto tiempo para lo obvio: el ser humano existe desde hace milenios y los seres masculinos, por lo tanto, también; esto es desde siempre, pero ahora es cuando va tomando una concepción refinada y específica. Para entendernos mejor, digamos que masculinidad se puede definir como el conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son característicos del hombre en una sociedad determinada. Lo que implica decir que no es un concepto homogéneo y que se va modificando a través del tiempo, porque depende de la educación y del contexto.
Lo implícito que está incluido en la definición de masculinidad es que, tanto como la mujer, no se nace, se hace hombre. Es decir, que el hecho biológico incontestable que todo poseemos, no determina las cosas, sino lo hace el proceso de sociabilización que vamos recibiendo tanto a nivel familiar, social como educativo. Aprendemos a ser masculinos según lo que vamos recibiendo, procesando, adquiriendo y, en algún punto, adoptando como la forma más idónea de serlo.
Entonces,
podemos decir que no hay una única forma de ser varón, o sea de demostrar
masculinidad, sino varias. Simplificando y, por lo tanto, desafiando
presentaciones más académicas, vamos a separar a todas ellas en dos grandes
grupos: de un lado las que vamos a llamar saludables y las que son consideradas
tóxicas.
daño en los demás que puede llegar a ser irreversible y que, claramente nos limita en el día a día y en lo relacional. Aclarando un poco más, señalemos que una masculinidad tóxica sería lo que hace daño a la mejor idea de ser humano. Esto sería así porque lo tóxico afecta eso que la humanidad tiene como esencia, aunque no se respete siempre. Me refiero a la capacidad de reconocer la diversidad como elemento esencial, la adquisición de los recursos para la expresión de las emociones, la intencionalidad convencida en la búsqueda de cierto bien común que, implícitamente, está asociada con la necesidad de una equidad central. Además, el esfuerzo y dedicación para no menosprecie al otro y la resistencia convencida para no utilizar la violencia como norma de relacionamiento, lo que implica combatir el abuso de poder. Todo ello es, evidentemente, tóxico.
Básicamente,
lo saludable, sería una masculinidad que promueva la comunicación como certeza
vincular, la expresión de emociones como un hecho accesible e indispensable, el
buen trato como la forma natural de relacionarse, la no violencia como una
actitud constante, la exaltación de la diversidad como una riqueza innegable y
el empeño en procurar la igualdad y la equidad como un imponderable e innegable
acto cotidiano.
Esa nueva masculinidad nos permitirá garantizar una sociedad más saludable, entre otras cosas. Clave para la verdadera independencia que hoy celebramos ¿Cómo hacerlo? Del único modo que siempre decimos que hay que hacer los grandes cambios: con educación, particularmente con educación sexual integral, en este caso. Receta fácil, efectiva y barata (sino pruebe la ignorancia). ¿Pues, no sería hora de reclamarla hasta con piquetes? Nosotros y nuestra independencia lo precisa. Nuestra descendencia lo espera. Vamos por ello.
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