Este
año celebré los 40 años de egresado de la secundaria. En el discurso final el
rector, siguiendo un largo ritual, nos bautizó con el nombre de promoción “Constitución
nacional”. Con ese título “zarpamos” de la secundaria hacia la adultez. Justo el
año en que la democracia se reinstalaba en el país. Soy, por lo tanto, “hijo”
de ese preámbulo que don Raúl Alfonsín trasmitió como una idea de bien común.
Luego de 40 años la democracia que nos tocó en suerte tiene problemas. José
Saramago, a quien admiró por varias razones, lo sentenciaba directamente diciendo
que “la democracia está desnuda y enferma”. En esa realidad estamos y parecemos
persistir. La toleramos con sus imperfecciones porque la consideramos mejor que
lo que hubo anteriormente. Simplificando, porque es una forma de gobierno que
dejo atrás toda dictadura y anarquía y se orientó a la idea utópica y, en
ocasiones reales, del bien común que ansiamos.
En esta elección, nuevamente se elegía presidente dentro de un sistema democrático que incluye, tal como si fuera una comunidad, varios integrantes. La democracia no es un presidente –a pesar que tenemos un régimen demasiado presidencialista-. La democracia es un conjunto de personas organizadas en diferentes poderes e instituciones y, también, lo señalemos, incluye a los ciudadanos. No es una sola persona, aun la delirante o la que cree que el camino es demasiado a la derecha, sino les a suma del poder social que nos incluye como gente de a pie, pero también a los otros poderes, repito vehementemente.
Ahora
bien, en una democracia se ejerce el voto que, en nuestro país, no creo que sea
del modo más óptimo, o sea aquel que garantice la libertad, la democracia y los
DDHH, pero eso es harina de otro costal, en estos momentos. Pero, en democracia
está claro que el voto es crucial. Porque el voto es la decisión personal que
tomamos para elegir a alguien que represente ideas que tenemos, pero, nueva
obviedad, no es un cheque en blanco, porque para eso tenemos los recursos, si
creemos realmente en la democracia, para que nadie se vaya al carajo en el
cargo. Creer en la democracia es eso, permitir que, entre dos personas, en este
caso, yo pueda elegir sin que el otro me diga que es antidemocrático elegir por
el otro candidato. Volvemos a la vieja proclama de Voltaire, en el imaginario
popular, con su famoso: “no estoy de acuerdo con tus ideas, pero voy a luchar
para que las puedas decir”.
Democracia
es creer que el voto es válido y es un instrumento útil para elegir aun a quien
disiente de mis ideas que, por lógica, serán mejores, o más justas, o más
equilibradas o más necesarias. Pero también es creer que 40 años después de ese
inicio de esta democracia ininterrumpida, tenemos la convicción, la fuerza y
los recursos – públicos, privados, sociales e individuales- para defender a esa democracia cuando nuestro
preámbulo se ve amenazada. Una defensa que no puede ser solamente no votes por
el otro que es malo.
Francisco
J. J. Viola
19/11/2023
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