En salud sexual hay un concepto que tiene una historia particular. Es el de la parafilia. Ofensivo, controvertido, habitual y lógico. Veamos esta idea. Comencemos con la definición en su microhistoria. “Para filia” es una palabra de origen griego que sale de la unión de dos vocablos muy utilizados comúnmente παρά (pará), "al margen de", y φιλíα (philía), "amor" y se lo utilizo para hablar específicamente sobre ciertos comportamientos sexuales. La para-filia entonces es tener una actividad sexual diferente a los que los cánones establecen como lo habitual. Algo fuera de lo común para un grupo de personas. Ahora bien, el primer problema que se plantea es la falta de información acerca de la frecuencia de ciertas actividades,
ya que se sabía lo que se decía que se hacía y no lo que se hacía concretamente. O sea, lo no habitual, lo parafílico, estaba disociado de la realidad. Aquí surge un error conceptual clave: que a lo “habitual” se lo llame “normal”, y lo que es “diferente” por oposición se lo llama “a-normal”, que significa fuera de la norma. Como sabemos, los seres humanos tenemos una tendencia irrefrenable –parece ser- a emitir juicios de valor y de opinión a partir de su lectura parcializada de los hechos. En este sentido, lo a-normal es siempre lo que hay que corregir, según la lógica normalizadora. Los comportamientos que no son “normales”, por ello pasan a pasan a ser malos. Un pasito más, un adjetivo más y, terminamos hablando de desviaciones y de perversiones. Como pueden ver de un paso al otro se llega al camino equivocado también. Entonces, un comportamiento que, aparentemente, no todos hacen es catalogado de anormal, - aun cuando seguramente todos disfrutaban en la intimidad-. Luego de eso, algún avispado intelectual o moral –valga la ironía- lo sentencia como perverso o desviado. Obviamente, eso conduce a clasificarlo como problema y, por lo tanto, a buscar soluciones. Si el problema es sanitario se impone un tratamiento, si el problema es social, se aplican sanciones legales. Un circuito lógico, pero con fallas conceptuales exageradas.
Como
suele pasar, estas dos ideas de daño conducen a dos estrategias de control: a
nivel sanitario, clasificaciones que definen la perversión en términos de
ciertas situaciones que generan problema: diferente, repetido, genera malestar
y se mantiene en el tiempo. Del lado legal: sanción disciplinaria intensa. Cárcel
y penas desde livianas hasta duras. Terreno fértil para que inocentes, sanos y
placenteras personas se vean sacudidos por una oleada moral-sanitaria y legal.
Sin
embargo, lo no habitual no puede ser el problema necesariamente, sobre todo a
nivel sexual. En este campo, debemos estar regidos por pautas más concretas,
específicas y definidas. Si bien cada sociedad tiene derechos a emitirlas como
crea mejor, existe una norma superior que debería ser considerada siempre y son
la fijada por los Derechos Humanos, por el bien común y por la salud de las
personas. En este sentido es adonde se orienta el razonamiento actual en
relación a la parafilia.
A nivel de DDHH el límite es claro. En primer lugar, para todo acto sexual debe existir siempre el consentimiento, entendiendo que se considera todo aquello que es consentido de forma libre, informada, por alguien con capacidad de hacerlo, que lo ha expresado clara y específicamente. Dentro del consentimiento, casi todo. El “casi” es porque agregamos una variable importante: el daño potencial o real que se hace. Allí es donde actuamos. A nivel sanitario la que nos debe interesar es cuando el comportamiento sexual genera malestar psicológico (distress) causado por sus tendencias sexuales y no solamente como resultado de la desaprobación o repudio social. Es decir, no puede evitar hacerlo y le genera no sólo inconvenientes sino lo hace sentir mal en algún momento. Allí es donde se debe intervenir. A nivel social sería para garantizar que el consentimiento sea siempre central y que el daño sea siempre evitable. Para ello, leyes y, sobre todo, -inexorablemente volvemos-: educación sexual integral.
La
vida sexual siempre debe ser una fuente de placer, bienestar y, potencialmente,
el encuentro entre personas que sean capaces de participar a partir de su
libertad y la disposición para hacerlo. Dentro de ello, el repertorio que
puedan decidir depende de su disposición para hablar, de su imaginación y de su
inteligencia erótica. Por ello, sólo nos preocupemos por lo que hace daño de
algún modo, de lo que incluya la violencia como forma de dominación, poder y
daño y lo que genere luego malestar a la persona. Quizás en esta lógica estemos
creando un mundo mejor.
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