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El amor es
una palabra que nos encanta. Representa, generalmente, todo lo bueno, en todos
sus sentidos. Básicamente hemos comprendido que en la dualidad contrapuesta "amor o guerra" sólo hay una palabra válida, compartida, deseable. Hemos enseñado,
aprendido y buscado que el amor sea la vacuna ideal para que el mundo funcione positivamente. Estoy seguro que todos
podríamos suscribir la idea de que si hay amor no hay ni violencia, hay menos problemas sin solución, hay menos conflictos donde medie la agresión y, claramente, menos daño.
Pero, sabemos que del dicho al hecho hay un buen trecho. Efectivamente, todos tenemos ejemplos, cotidianos -personales o no-, que bajo la palabra de amor se han hecho muchas cosas
negativas. Esdecir, sabemos que con la palabra amor no garantizamos nada. Porque, lo cierto, es que el
problema es cómo definimos ese paraguas espectacular que es el amor y qué cosas
ponemos adentro y cuáles serían indicadores que existe el amor y cuáles serían
aquellos que probarían que no existe.
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Está claro que
el amor tiene que ver con lo que hace que dos personas se expresen (a través de
gestos de afecto, que se digan cosas lindas, que se acarician, que se besen) y que
no tengan problemas en manifestarlo, sea en la intimidad o públicamente. También se relaciona que cuando
se miren, puedan percibir que hay un puente que los hace sentirse bien,
seguros, acompañados. Además, que puedan crear proyectos y generar esa intimidad que
humanamente necesitamos. Esa intimidad, que llamaremos sagrada, que el amor genera. Aún si a algún lector esa imagen les parecería demasiado
edulcorada, por lo menos podrían compartir que esa idea de amor está muy extendida y
que nunca es mala, porque permite que dos personas sean más felices y, con
ello, más saludables y proclives a generar antídotos esenciales contra la
violencia, la guerra, el odio. En definitiva, creemos, fehacientemente, que el
amor, difícil de definir, sigue siendo una convicción y certeza, que invalida la violencia,
que no hace daño intencionalmente, que evita activamente la crueldad y que, sobre
todo, que es la antítesis total del odio.
Es más,
como sociedad intentamos desarrollar eso. Ya sea por lo que llamamos “una
educación para el amor”, pero, sobre todo, con lo que se conoce como educación
sexual integral, que es lel método más eficaz para brindar herramientas para que las
personas sean capaces de poder amar mejor cuando quieran. Algo tan simple y
deseable, pero en un mundo imperfecto como el que vivimos, nos deberíamos alertar
cuando algo se aleja demasiado de la intención de que el amor reine como
mecanismo protector.
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Hace pocos días en Buenos Aires (Argentina) un hombre agredió
salvajemente a mujeres porque ellas se comportaban de un modo que no coincidía con su forma limitada de ver el mundo. Ese
hombre pensaba que la idea que el amor entre dos personas del mismo sexo se manifestara, era un
problema. Por ello, agredió para generar daño, uso la crueldad para atacar y, como
consecuencia, hay seres humanos muertos. El odio como motor, la violencia como
herramienta. Las personas agredidas sólo tenían en común ser mujeres y que se manifestaban,e erótica y afectivamente, con otras mujeres.
Espero que el criminal sea condenado por lo que hizo y que esa condena, sea realizada con los
argumentos precisos de los crímenes de odio. Pero, también espero que, como sociedad, nos preguntemos como podemos evitar esto. Que este crimen deplorable obligue a
pensar que el estado debe hacerse cargo no sólo del castigo, sino de
desarrollar la prevención para hacer que esto no vuelva a pasar: o sea, brindar
herramientas firmes para que la gente comprenda que siempre que esto suceda, estará mal,
que no se puede justificar jamás.
La respuesta es y será, la saben educación
sexual integral para comprender que la diversidad es riqueza, que la violencia
es más que un error de la comunicación, que los derechos adquiridos y
protegidos son un salvo
conducto para llegar a la verdadera tierra prometida,
aquella que se menciona de muchas maneras, pero que hoy la quiero evocar en el
discurso de Martin Luther King “Yo tengo un sueño” y en la hermosa canción de John
Lennon: Imagine. Porque ambos textos dicen simple lo que queremos: que seamos capaces no
solamente de vivir en paz, sino de crear esa paz cada día un poco más.
Cuando el
odio se hace presente, debemos decir claramente que la humanidad sólo se puede
salvar si los seres humanos entienden que la violencia y los crímenes de odio atentan contra todos y todas siempre.
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