Se celebra Navidad. La navidad, lo sabemos, tiene una mística
particular. No se trata de creencias, es obvio. Se trata de magia, por llamarlo
de algún modo que es fácil comprenderlo. Sí, es una festividad religiosa, no
pretendo poner en duda la fe de nadie al respecto. No es algo que uno deba
opinar. La creencia no es que sea sagrada, sino que es un derecho. Cada cual
puede y debe creer en lo que considera que aligera más su mundo, le moviliza a
hacer el bien y le garantiza la idea de futuro más perfecta. Porque la creencia
es eso, un plan de acción motivado por ideas sólidas sobre el bien y, siempre
acompañado de rituales y símbolos que tienen sentido dentro de la creencia. Es
humano tenerlas, buscarlas, defenderlas, también criticarlas, oponerse y
pretender que se deshagan. Frente a ello, obviamente la tolerancia es clave.
Pero
volvamos a la navidad: es la imagen de un día donde reina cierta felicidad por
cosas pequeñas y cotidianas (o que deberían serlo): comidas en familia alrededor
de una mesa puesta con cierta delicadeza y colorido. Saludar al otro y
ofrecerle un momento de placer, bienestar y hasta de paz. Quizás, eso
conjugarlo en un regalo. Buscar que si hay niños crean en la fantasía y
encargarse que pase. Ofrecerles una historia perfecta que nos de la esperanza
que todo puede ser mejor con tan poco. Por todo ese conjunto de cosas hay
cierta garantía que es una festividad muy generalizada. No hace falta creer,
tener fe o compartir un ritual religioso para vivirla con el mismo ímpetu y la
misma búsqueda de una felicidad genuina y, sobre todo, compartida.
Al mismo
tiempo, sabemos, que hay mucha gente que, aun creyendo no podrán celebrar en
buenas condiciones la navidad, gente que “está bajo el nivel de pobreza”. Una
expresión que parece seria pero que es una forma que tienen algunos para
protegerse emocionalmente. Calificar a un grupo de algo es, en definitiva,
hacerse una protección frente a lo que duele. Específicamente si salimos a la
calle podemos identificar personas concretas que están frente a nosotros que no
pasaran una navidad como se pinta en cualquier lado. Nobleza obliga hay muchas
otras personas que pudiendo pasarla bien, procuran ofrecer su tiempo, esfuerzo
y dedicación para que parte de quienes están en carencia tengan un a noche
mejor.
No pretendo
con esto invitar a nadie a sacrificarse, son decisiones personales y punto. Me
quiero detener en otra cuestión. En todo eso que ponemos para que la navidad
sea algo bonito: compromiso, cariño, dedicación, disposición, calma, paz,
tentativa de armonía, rituales compartidos, decididas muestras de afecto, una
cuota de esperanza, permitirse la sorpresa, imaginar que lo que importa está,
tener conversaciones fluidas, autorizarse lo lúdico, sonreír con poquito, pero
de modo intenso. Quizás me olvido de otras cosas. Pero creo que hay varias de
las que muchos viviremos el 24 a la noche.
Entonces,
les hago una pequeña propuesta si eso que ese día lo exponemos con sincera
entrega
y los dejamos salir muchas veces, con convicción y decisión, ¿no creen
que si mantenemos el ritmo la felicidad de ese instante podría perdurar un
poco? Y, con eso, estoy seguro, la vida sería siempre lo que anhelamos.
Lo sé,
todos alguna vez lo hemos pensado así. No soy original. No pretendo serlo. Lo que nos
hace humanamente perfectos y que crea bienestar siempre lo sabemos. Sólo que,
en ocasiones creemos que no es posible. Pero en la navidad, parece ser que
mucha gente da pruebas que es bastante sencillo y bastante posible.
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