El año termina con la muerte por pena capital de Saddam Husseim, un criminal de aquellos. Un tipo que supo tener una dictadura feroz durante años, sin ninguna preocupación y con escasos cuestionamientos sobre si lo que hacía o dejaba de hacer estaba dentro de lo razonable o justo. Fue muerto por sus crímenes y con ello “pagó” por la matanza de unas personas, según debe rezar la sentencia condenatoria, escrita, seguramente, con la jerga necesaria para justificar la muerte. Salvo familiares (ni siquiera todos, tenía enemigos hasta entre los hermanos) y algunos más (hay gente que siempre tiene buena imagen de los dictadores pues, por la rueda de la casualidad, recibieron algún favor de ellos en algún momento) nadie lo llora ni lo lamenta. Esto sin estar de acuerdo con la estúpida diatriba del tonto del norte (el mundo estará más seguro sin él). Parece que allí termina el cuento, pero me permito la reflexión.
Antes de todo lo digamos: Estoy en contra de la pena de muerte. Lo digo de forma tajante, pues esto debe ser así (recordando que opinión personal siempre dura hasta que las circunstancias próximas nos ponen en jaque). No creo que haya crímenes que merezcan la muerte por más que defiendo a ultranza que no puede haber crímenes prescriptibles cuando tocan la vida, la dignidad y la libertad humana. Saddam fue muerte por los crímenes que les permitieron porque no existen mecanismos ciertos y, sobre todo, ejecutores confiables de esos mecanismos, para impedirselos. Saddam ha muerto pero con eso no evitamos que tantos hayan muerto por sus caprichos de poder y su antológica forma de odiar al mundo. Lo sabemos, antes se le permitía hacer ciertas cosas porque no perjudicaban sino favorecían a ciertos poderosos y, por lo tanto, ahora se merecía el castigo porque la suerte cambió. Sus crímenes siempre fueron crímenes pero hoy la justicia pudo llegar. Pero no llegó para aquellos que fracasaron para contener sus excesos, sus muertes, sus ultrajes, su tiranía como la de tantos otros (militares argentinos y triple A, los estoy recordando). Fracasaron los mecanismos necesarios, las actitudes importantes y la fuerza para hacer frente a una situación deshumanizante.
¿Qué podemos aprender de esto? ¿Qué importancia tiene esto para este fin de año? Creo que la misma que establece el dicho popular al simplificarlo de una forma impactante: “de nada sirve llorar por la leche derramada”. Saddam ya está muerto y se terminó su historia. Sólo los estúpidos encuentran que ello resuelve algo. Pues los problemas que representa y que importa, los originados por el abuso del poder y por la impunidad como posibilidad cierta, no se resuelve por la muerte de un dictador (que reciban el castigo siempre, sin discusión) sino por darnos cuenta que los mecanismos de control del poder tienen que ser mucho más aceitados, deben ser permanentemente actualizados y aplicados con convicción porque ellos deben impedir que los crímenes del poder se cometan.
El año nuevo comienza, lo celebremos y nos comprometamos en procurar ser más celosos para evitar el abuso de cualquier poder, sea en las pequeñas cosas, sea en las pequeñas reuniones de personas, sea en nuestro papel como ciudadanos. Tal vez así estemos haciendo ese salto que la humanidad todavía esta reclamando a gritos: ser más humana.
Domingo, 31 de Diciembre de 2006
Antes de todo lo digamos: Estoy en contra de la pena de muerte. Lo digo de forma tajante, pues esto debe ser así (recordando que opinión personal siempre dura hasta que las circunstancias próximas nos ponen en jaque). No creo que haya crímenes que merezcan la muerte por más que defiendo a ultranza que no puede haber crímenes prescriptibles cuando tocan la vida, la dignidad y la libertad humana. Saddam fue muerte por los crímenes que les permitieron porque no existen mecanismos ciertos y, sobre todo, ejecutores confiables de esos mecanismos, para impedirselos. Saddam ha muerto pero con eso no evitamos que tantos hayan muerto por sus caprichos de poder y su antológica forma de odiar al mundo. Lo sabemos, antes se le permitía hacer ciertas cosas porque no perjudicaban sino favorecían a ciertos poderosos y, por lo tanto, ahora se merecía el castigo porque la suerte cambió. Sus crímenes siempre fueron crímenes pero hoy la justicia pudo llegar. Pero no llegó para aquellos que fracasaron para contener sus excesos, sus muertes, sus ultrajes, su tiranía como la de tantos otros (militares argentinos y triple A, los estoy recordando). Fracasaron los mecanismos necesarios, las actitudes importantes y la fuerza para hacer frente a una situación deshumanizante.
¿Qué podemos aprender de esto? ¿Qué importancia tiene esto para este fin de año? Creo que la misma que establece el dicho popular al simplificarlo de una forma impactante: “de nada sirve llorar por la leche derramada”. Saddam ya está muerto y se terminó su historia. Sólo los estúpidos encuentran que ello resuelve algo. Pues los problemas que representa y que importa, los originados por el abuso del poder y por la impunidad como posibilidad cierta, no se resuelve por la muerte de un dictador (que reciban el castigo siempre, sin discusión) sino por darnos cuenta que los mecanismos de control del poder tienen que ser mucho más aceitados, deben ser permanentemente actualizados y aplicados con convicción porque ellos deben impedir que los crímenes del poder se cometan.
El año nuevo comienza, lo celebremos y nos comprometamos en procurar ser más celosos para evitar el abuso de cualquier poder, sea en las pequeñas cosas, sea en las pequeñas reuniones de personas, sea en nuestro papel como ciudadanos. Tal vez así estemos haciendo ese salto que la humanidad todavía esta reclamando a gritos: ser más humana.
Domingo, 31 de Diciembre de 2006
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