Creo en el ser humano. Creo en su capacidad de hacer el bien a pesar que el mal paga mucho mejor. Creo en su capacidad de ser solidario cuando todo invita a ser egoísta y, encima, los egoístas son vistos como paladines de la generosidad, al dar mucho pero nunca lo propio. Creo en la posibilidad de que sea el ser humano quien revierta el universo de destrucción que él mismo ha creado. Creo, con ilusión tal vez, que un día el ser humano pueda despertarse de la pesadilla donde suele perderse, en sus días de ambición y de gloria falsa. Creo en ello, porque es así que se puede respirar un poco de esperanza. Quizás, porque esperanza es lo único que nos permite la locura de vivir en este mundo que se esfuerza en mostrarse como condenado al suicidio.
Pero no seamos ingenuos. Esa esperanza tiene que apoyarse en tierra firme y no sólo en castillos en el aire. Necesita, para transformase en opción, partir de la construcción de cimientos reales. No alcanza ya con creer en el ser humano como canto de esperanza y alabanza vacía. Tenemos que procurar desafiar el destino escrito y que se muestra como inapelable. El futuro son árboles que tienen que crecer y para ello únicamente existe una tierra que debemos cultivar, la nuestra.
Cultivar tiene sus secretos, sin dudas, pero existen algunas cosas lógicas que todos aprendemos casi sin esfuerzo. Para cultivar hace falta remover la tierra, tirar las malezas, poner semillas, darle luz y agua, evitar que la pisen, proteger los retoños cuando están creciendo. Si la tierra no está perdida, raíces, frutos y sombra tendremos en nuestro futuro. Sino, solo esfuerzo malgastado. Aunque también tiempo ocupado.
La metáfora es útil. Sólo es cuestión de aprovecharla. El esfuerzo es necesario, eso lo sabemos. Pero, ¿estamos dispuestos a hacerlo? Esa es la pregunta clave. ¿Trabajar por lo que es invisible, tanto tiempo? ¿Esforzarse con ahínco por algo que los demás pueden destruir? ¿Sacrificar tiempo y espacio sabiendo que los frutos serán para otros, como tantas veces?
Sembrar es más que apostar por la riqueza del suelo, es creer que es posible otro jardín, un jardín donde la belleza sea para sentir, oler, respetar y no para poseerla. Es pensar en la huerta, donde el alimento sale de la tierra, el trabajo nos une, la comida se comparte, el estar vivo es la realidad que nos hace ser felices. Un ser feliz por estar allí y por estar con el otro y no por tener.
Porque creo en el hombre sigo imaginando que podremos darnos cuenta que la verdad es que no importa la dimensión del campo que tengamos porque, en definitiva sólo un árbol necesitamos para cuna, sombra, fruto y ataúd.
28 de septiembre 2006
Pero no seamos ingenuos. Esa esperanza tiene que apoyarse en tierra firme y no sólo en castillos en el aire. Necesita, para transformase en opción, partir de la construcción de cimientos reales. No alcanza ya con creer en el ser humano como canto de esperanza y alabanza vacía. Tenemos que procurar desafiar el destino escrito y que se muestra como inapelable. El futuro son árboles que tienen que crecer y para ello únicamente existe una tierra que debemos cultivar, la nuestra.
Cultivar tiene sus secretos, sin dudas, pero existen algunas cosas lógicas que todos aprendemos casi sin esfuerzo. Para cultivar hace falta remover la tierra, tirar las malezas, poner semillas, darle luz y agua, evitar que la pisen, proteger los retoños cuando están creciendo. Si la tierra no está perdida, raíces, frutos y sombra tendremos en nuestro futuro. Sino, solo esfuerzo malgastado. Aunque también tiempo ocupado.
La metáfora es útil. Sólo es cuestión de aprovecharla. El esfuerzo es necesario, eso lo sabemos. Pero, ¿estamos dispuestos a hacerlo? Esa es la pregunta clave. ¿Trabajar por lo que es invisible, tanto tiempo? ¿Esforzarse con ahínco por algo que los demás pueden destruir? ¿Sacrificar tiempo y espacio sabiendo que los frutos serán para otros, como tantas veces?
Sembrar es más que apostar por la riqueza del suelo, es creer que es posible otro jardín, un jardín donde la belleza sea para sentir, oler, respetar y no para poseerla. Es pensar en la huerta, donde el alimento sale de la tierra, el trabajo nos une, la comida se comparte, el estar vivo es la realidad que nos hace ser felices. Un ser feliz por estar allí y por estar con el otro y no por tener.
Porque creo en el hombre sigo imaginando que podremos darnos cuenta que la verdad es que no importa la dimensión del campo que tengamos porque, en definitiva sólo un árbol necesitamos para cuna, sombra, fruto y ataúd.
28 de septiembre 2006