Aparentar es una palabra que parece repulsiva. Es casi lo contrario a lo que la sociedad quiere. Aparentar es mentir, según parece, y de la peor manera, puesto que nadie es capaz de asumir tan abiertamente este hecho. Sin embargo, la sociedad funciona por apariencias. Toda la maquinaria que envuelve el andar cotidiano está llena de apariencias. Creo, que en realidad a los seres humanos nos gusta la apariencia. Podemos decir que no –eso lo permiten las apariencias- mientras aparentamos que lo que decimos es lo que realmente somos. Un poco como todos lo hacemos, entonces, “mal de todos, consuelo de tontos”. Jugá a ser mientras respetes las reglas. Sé cristiano, en apariencia, y nadie te cuestionará lo que haces. Sé democrático, sé académico, sé profesional, sé humilde, sé progresistas, sé tolerante, sé bueno; sé eso que esperamos. La indicación es, en definitiva: cumplí estrictamente las reglas, los rituales, los pactos, las normas sociales y después hace lo que se antoja. Sólo quiero la apariencia. Como vuelto me quedo con el poder decir que no importa la apariencia, que lo que importa es lo uno tiene adentro y todo esas cosas que hacen que uno se sienta tranquilo con su propia conciencia.
Aparentar. Es más que una opción es una forma de hacer que todo funcione mejor. Ya habrá tiempo de hacer que seamos como aparentamos. ¿Podemos hacerlo mejor? Sí, pero lo haremos después, seguramente, ahora dejemos las cosas como están. Después de todo, la humanidad se ha mantenido así desde siempre, ¿No?
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