El ¿cómo estás? es, quizás, una de las preguntas más tremendas, simples y controversiales que los seres humanos hacemos. En esas dos palabras se entrecruzan, con igual valor, el protocolo, la profundidad de la intimidad y el desafío esencial del otro como testigo. La pregunta simple y elemental, es, en ocasiones, una de esas pruebas de fuego que tienen los humanos. ¿Qué contesto?, ¿A quien le contesto?, ¿Desde qué lugar le contesto? ¿Reduzco mi estado al momento del encuentro?, ¿Respondo por mi vida o por un periodo de tiempo reciente?, ¿contamos generalidades o decimos lo que nunca contamos?, ¿hablamos de una rutinaria actividad que realizamos?, ¿Caemos en sentidos comunes, en lugares comunes? ¿En qué posición nos ponemos para responder eso y para preguntarlo?
Contestar "bien" (o sus variantes) es, sin dudas, el atajo que mejor nos funciona. Nos permite elegir a quien contar nuestros pesares, si los hubiera. Reconocer a los testigos preferenciales que pensamos pueden ser útiles. Pero también, el decir "bien", es quizás, en ocasiones, la ofrenda que podemos ofrecer a quien nos pide esa fortaleza. Porque lo digamos, también, a veces preguntamos como plegaria para que el otro, responda un "bien" corto y sincero y me "habilite" a contar como uno esta.
Decir bien, cuando no estamos no es, necesariamente, una mentira. Es abonar la idea que las palabras sólo dicen un poco de lo que sentimos y el resto, el otro, debemos sentirlo un poco mucho.
Decir bien, cuando no estamos no es, necesariamente, una mentira. Es abonar la idea que las palabras sólo dicen un poco de lo que sentimos y el resto, el otro, debemos sentirlo un poco mucho.
En el fondo. Responder así, tal vez pueda ser una profecía auto-cumplida. De tanto decirlo nos haga encontrarnos en la encrucijada de tener que ser coherentes con nuestro enunciado. Y, valga decirlo, también es una prueba eficaz para probarnos que hay personas que nos interesa nuestro bienestar y también se preocupan por nuestro malestar, aunque queramos ocultarlo