Por razones laborales estuve fuere de mi lugar habitual, de mis cosas cotidianas, de los estímulos de mis stresses y mis deseos que me acosan, de la fuente natural de nutre mis sentimientos, mis temores, mis preocupaciones y mis esperanzas. Es decir, estuve en un retiro espiritual, si entendemos como espiritual la dimensión humana de encuentro consigo mismo y el sentido de trascendencia que alberga todo ser humano. En resumen, nada de rezos, pero si mucho aire diferente. Eso es, respirar otro “aire” eso es un buen retiro.
Pero también, al retirarse, uno tiene la posibilidad de confrontarse con su propia realidad, su propia miseria, con su propia estima, con sus propias posibilidades, con sus propias habilidades, con sus miedos, amores, deseos, ambiciones y una larga lista de opciones posibles. Es allí donde, quizás, aprovechando el cambio de aire, aprenda a respirar.
Creo que los seres humanos desde sus inicios busco “retiros” cada cierto tiempo. Como formas de tomar distancia y, al mismo tiempo, acercarse a uno. Para luego, volver y procurar brindarse. Obviamente, el retiro no es sólo viaje, sino momentos de encuentro con uno mismo, podemos decir. No se retira el que viaje, sino el que hace el movimiento en el propio laberinto. Luego uno siempre vuelve. Volver a lo cotidiano es imprescindible. Al hacerlo veremos si sólo tomamos un respiro, un poco de aire o logramos aprender a respirar mejor. En esa diferencia radica la esperanza de algo mejor.
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