domingo, abril 10, 2011

Primer boceto para el Amor

Todos amamos. Yo amo, tú amas, él ama. Lo hacemos, aún sin llegar a definir que es el amor muchas veces. Disfrazamos la definición agregando acciones particulares, versos propios o prestados, intenciones explicitas y otras, experiencias personalísimas, comparaciones odiosas, raptos de enamoramiento y lo dejamos fluir en la cotidianidad, en el sexo, en la compañía, en el ideal, etc. Todo eso lo hacemos para procurar decir lo que “aquí y ahora” es el amor. Nosotros lo hacemos y lo hacen los teóricos.

Entre las teorías propuestas para hablar del amor hay una que, con simplicidad, nos da buenas pistas sobre el asunto. Me refiero a la establecida, a partir de sus estudios, por el psicólogo estadounidense Robert Sternberg: la teoría triangular del amor. La misma dice que en los distintos de amor se pueden encontrar, en diferente cantidad y presencia, tres elementos que forman las aristas del triángulo. Ellas son: intimidad, compromiso y pasión.
Estas tres experiencias que nos tocan vivir pueden sintetizar el mejor amor que sentimos. Pero, bien vale recordar que esas palabras representan una idea particular en cada uno. Ninguna de ellas se vive de la misma manera y muchas veces, las consecuencias de las mismas producen efectos de los más diversos.
La intimidad siempre la consideré como el constituyente privilegiado del momento. La intimidad tiene que ver con el ofrecer al otro la desnudez de nuestras inevitables imperfecciones. Sólo se es íntimo cuando nuestra cotidiana humanidad se muestra. Con sus constantes e inconstantes bellezas. El compromiso tiene que ver con la compañía que es, curiosamente, lo que permite que la soledad del otro sea posible sin que le pese. Acompañar a alguien no es otra cosa que permitirle que todos sus silencios emerjan, que su libertad sea omnipresente y que, aún sin que las palabras aparezcan, la sensación de ser escuchadas se imponga como una presencia real. Obviamente la noción de compañía tiene que ver, en definitiva, con estar como podemos estar mejor para nosotros y para el otro. El segundo elemento es complejo, pues tiene que ver con la sucesión de elecciones que tomamos donde el otro está presente como una constante que orienta nuestras elecciones, aún cuando eso nos pueda llevar a la equivocación, obviamente. Tener presente al otro es, siempre, una zona de riesgo que es propia del amor en si mismo.
La pasión, nos moviliza, efectivamente. No siempre se muestra, no siempre se expone, pero se basa, sin dudas en la idea plena de adoración. La pasión está representada, sin dudas, por el adorar al otro de una forma que no humilla, ni reduce, sino exalta, eleva.
Somos los únicos jueces del amor que sentimos. Nosotros sabemos, a ciencia cierta, si amamos o no, y también como lo hacemos y, hasta cuanto lo hacemos. Esto es tan verdad como que los efectos del amor que sentimos los mide el otro: el amado, para bien y para mal. A veces, hacemos elecciones, por ejemplo, que por más que reflejen nuestro amor, para nosotros, los demás, quizás, no lo perciban así (elegir algo por amor, no quiere decir, bajo ningún punto de vista que estemos inmunizados al error).
Lo único que puede hacer que la distancia, entre nuestra certeza y la percepción, se reduzca al máximo posible es nuestra capacidad para desarrollar una forma de comunicar más plena con el otro. Eso, sin dudas, es sólo posible, cuando la intimidad, la pasión y el compromiso, fueron –lo son-  experiencias plenas que descubrimos, compartimos y osamos, sobre todo, sentirlas.

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