Un momento es un instante. Un instante en nuestra vida que se sucede con otras cosas y, también, con otros momentos. Sin dudas, hay momentos que tienen el peso de toda nuestra vida. Tal vez, porque en ese instante se conectan las aristas más importantes, aquellas que nos dan el peso de nuestra esencia. Aún cuando sólo podamos darnos cuenta después, que ese momento haya pasado, en ocasiones.
¿Qué define ese momento? Nada en especial. No es la referencia externa sino una señalización interna que, como estímulo subliminal, a veces, nos marca y nos define el camino que empezamos a hacer. No es lo que es diferente en lo que se puede contar, sino lo que es diferente en lo que se puede sentir y comunicar. Por ejemplo. Imaginemos que cenas en una ciudad diferente a la que vives y que comes algo que no estás acostumbrado a hacer, digamos Sushi. Todo eso haría pensar que ese momento sería algo que no puedes olvidar. Pero no es eso lo que define el momento. Ahora bien, si ese momento, además, es compartido con alguien que te marca en la interrelación, todo se define por esa comunicación que se consigue de forma tan concreta. Dejemos la ciudad lejana y dejemos el sushi y “volvamos” a nuestra cocina y con un sándwich anodino de queso. Podría ser menos importante como estímulo para la memoria pero seguiría siendo dependiente de la persona con quien se comparte y de cómo esa persona es capaz de comunicar contigo y tú con ella.
Un momento, siempre es trascendente, en la medida que es capaz de sentirse que hay una intimidad que se comparte en ese instante. Si eso se hace, es seguro que quedará en la memoria que nos define, en la memoria que nos guía, en la memoria que nos ayuda. Pero no como recuerdo, sino como presente vital, es decir siempre dispuesto a recuperarse, siempre presto a vivirse. Siempre independiente del lugar o de las circunstancias, siempre unido a nuestra identidad. como también, valga decirlo, independiente del otro/a. Porque valga decirlo, el momento se comparte, pero el valor que le damos a ese momento es siempre personal. Podemos desear que la otra persona sienta lo mismo, lo vea de igual modo, lo atesore como un momento vital pero no podemos ni asumir que lo hará, ni exigir que lo haga. Esto no quita, uno desea que la otra persona lo haga. Lo bueno que nuestros momentos vitales son los que podemos decidir simplemente porque han sido vitales para uno también, independiente del otro.
Cada uno soporta la música como puede. Pero todos podemos pedir: "play it, Sam".