Los seres humanos vivimos relacionándonos. Las relaciones son,
definitivamente, nuestro hábitat real. Encontrarnos, separarnos,
conflictuarnos, disfrutarnos, acercarnos, alejarnos, hablarnos, estimularnos,
destruirnos, amarnos, entre tantas cosas….siempre unos con otros. He aquí el
sino de nuestra humanidad, donde radica toda la amplitud de su universo y,
también, de su abismo.
Entre todas esas relaciones que experimentamos a lo largo del tiempo
algunas de ellas son imprescindibles para nuestro “ser y estar” en nuestro “hoy”.
Son aquellas que nos aportan el estímulo necesario para crecer, para moldearnos
de la manera más significativa, en lo bueno y, lamentable pero real, en lo
malo. Me refiero a esas relaciones que son importantes porque nos han permitido
un paso más en nuestro andar, porque nos han acompañado en algún trecho de ese
andar, ya sea porque nos han retrasado o, tal vez, desviado, o porque nos han
permitido creer en utopías, que como dice el poeta sirven para caminar, y al
hacerlo, nos permitieron creer que podían ser reales y que por ello pudimos
hacer realidad otras cosas, en ocasiones.
Relaciones donde muchas cosas van y vienen. Nunca en la misma
cantidad, ni en la misma forma, ni en la misma duración. No son pocos los que,
por ejemplo, siguen amando, cuando la otra persona ya no lo hace o no puede
hacerlo más.
Las relaciones siempre serán así, variadas: vertiginosas y calmas;
sencillas y opulentas; siempre interesadas, tantas veces sentidas, algunas
veces reciprocas. Algunas de ellas aportan todo el universo, otras lo efímero
del instante que ya paso. Todas, absolutamente todas, válidas, aunque no
siempre todas deseadas.
Lo ideal sería que cada uno aprenda y decida quién es quién en sus
relaciones, como también quien es uno en esas relaciones. Pero lo cierto es
que, lamenta, irremediable y maravillosamente, no siempre es posible saberlo y,
en ocasiones, asumir lo que sabemos.
Lo que importa, por ello, tal vez sea que uno pueda decidir algunas
pocas relaciones, las que considere importantes, en función no de la
reciprocidad sino en función de lo que uno cree que puede, debe, siente que da
y en esas ocasiones procurar tener la exactitud del orfebre. Lo demás es algo
que nos excede.
Una de las frases más famosas del cine –muchas veces mal traducida y
peor entendida-, es la que Humphrey Bogart le dice, en varias ocasiones, a Ingrid Bergman en Casablanca “Here´s
looking at you, kid (literalmente “aquí estoy, mirándote, pequeña”[1]). Una frase que tenía un valor, según dicen, en el rodaje y que se incorpora por ello a la
película, donde adquiere una dimensión conocida y fabulosa. Esa frase
sintetiza, sin dudas, una de las relaciones que todos y todas deberíamos tener.
Alguien que de alguna forma, nos está mirando, como acompañándonos pero sin que
tenga que ocupar un lugar estable en nuestra vida; pero si que esa relación que se
forja por algo toma sentido para quienes lo viven en el momento en que lo
viven.
Ojalá, todos y todas experimenten ese “kid” alguna vez en sus relaciones. Quizás sea el comienzo de un gran amor, o de la nada o, tal vez, quién
sabe, de una “beautiful friendship” (Bogart dixit).