Hacer al amor es
una expresión que escuchamos con cierta frecuencia. Parece que tiene una
claridad meridiana. Sin embargo, podemos encontrar por lo menos tres sentidos
para ella. Si, efectivamente, se me ocurren tres significados diferentes atribuidos
a esa expresión: hacer el amor como una forma de evitar tener sexo, hacer el
amor como una forma más suave de decir tener sexo y hacer el amor como una
forma de encuentro plena con el otro.
Veámoslas. La primera
acepción que se escucha, a veces, cuando decimos “hacer el amor” es para evitar
tener sexo. Así, sólo haré el amor cuando esté enamorada/o es una forma de
evitar tener sexo. Seamos claro no está mal retrasar el inicio sexual o hacer
un paréntesis hasta que encuentre con quien hacerlo y que ese alguien deba
responder a ciertas condiciones particulares, sea sociales o personales. Me
estoy refiriendo a utilizar la expresión como una excusa por nuestros propios
miedos, inhabilidades emocionales, dificultades relacionales o problemáticas
con la auto-estima.
La segunda
representación que surge cuando decimos “hacer el amor” es la de tener sexo,
simplemente sexo. Es decir un encuentro donde los genitales se expresan y, en
ocasiones, otras partes del cuerpo están en juego. Una actividad donde la
desnudez es una de las maneras más presentes, pero no la única, para
desarrollarla, donde esos genitales interactúan con la destreza que cada uno de
los participantes tiene pero con la ambición concreta, clara y contundente –aunque
no con el resultado puesto- de tener placer, de gozar lisa y llanamente. Se
puede sugerir que un sentimiento aparece como presente pero no es condición,
aunque no nos guste decirlo, sine qua non para que ese sexo se desarrolle.
El tercer
significado es, quizás, el que ponemos como el ideal a alcanzar. No creo que
todo esto sea una sucesión. Pero hacer el amor como hacer el amor en si mismo si es una especie de ideal porque implica un encuentro con el otro de forma más
integral. Sin poner en duda que tener sexo por tener sexo pueda ser placentero,
digamos que hacer el amor en este tercer significado tiene una elocuencia
particular. Nos detengamos un poco más en esta, la verdadera acepción de hacer
el amor, que implica, hacer el amor, valga la repetición.
Aunque existan
muchas formas de poder recrear el amor –esto no lo discutimos- esta acepción
está asociada al contacto con el cuerpo del otro, es decir el sexo está incluido
y las excusas están excluidas. Es el encuentro con el otro, donde la sensación
de intimidad nos abraza, donde la pasión, en todas sus formas posibles, está presente y, donde la noción de compartir es una constante. Aclaremos un
detalle, no siempre hacemos el amor con quien amamos, aunque sólo tengamos intimidad sexual con esa persona. Es decir, con quien amamos
también podemos tener sólo sexo, que quiere decir que también podemos tener solamente una mecánica
sexual. Esta distinción es importante, porque el hacer el amor nos encuentra
con el otro en una totalidad de ese momento que es ineludible. Es, como dijimos
otras veces, el dar el máximo que
podemos en ese instante por el otro que nos entrega el máximo que puede en ese
momento. No es el todo absoluto, pero si es el dar todo absolutamente. Lo que parece
una sutileza es, en realidad, la sustancia de ese “hacer”. Quizás, una
prueba concreta que eso pasa sea el hecho contundente del silencio que sucede cuando hacemos el amor. Ese silencio siempre, absolutamente siempre, nos
regocija, nos abraza y nos da paz. Nunca, nunca jamás, después de hacer el
amor, hay esos ruidos que salen cuando el silencio es incomodo, cuando el
silencio grita ausencias.
Hacer el amor
quizás sea la artesanía maravillosa que podemos hacer con ese instante siempre
fugaz del encuentro con el otro. Como toda artesanía necesita tiempo,
dedicación y sentimiento. Hacer el amor es, eso sí, el único arte que está al
alcance de todos y todas.