Hacer lo más simple, a veces, es una garantía. En este
caso, consultar el diccionario por una palabra nos ofrece una definición que
implica un cierto consenso. Deseo, según esto es: “movimiento afectivo
hacia algo que se apetece”. Así el deseo se incorpora a la realidad humana no
desde la idea de instinto sino desde la idea de la alteridad. El deseo aparece
como un elemento característica que se imbrica a un cuerpo, que a su vez no se
disocia de una dimensión psicológica, ni social, ni cultural (ni espiritual,
agregamos) que todo cuerpo posee, aunque pueda ignorar o menospreciar alguno de
estas dimensiones.
Antes de continuar, es
menester comprender que el estado natural del ser humano es la cultura. Su
vida, sus relaciones, sus modalidades de encuentro, sus capacidades, sus
actitudes, sus aptitudes, su delirio, sus mitos, sus tabúes, sus libertinajes,
sus nociones, sus movimientos, sus pensamientos, sus creencias, todos ellos y
todo lo que pueda salir de ello está signado por el hecho contundente que lo
establece la cultura. Es más, solo la cultura es la que permite que el ser
humano pueda pensar la división entre la naturaleza y la cultura y las
disquisiciones que surgieron de eso. Desde esta realidad es que construimos
nuestra existencia, la leemos y la significamos.
Esto no niega que
existe una anatomía concreta y, sobre todo, una fisiología que la ordena, que
establece, en ocasiones prioridades y que, sin dudas, nos obliga a reflejos
involuntarios, por ejemplo. El ser humano segrega hormonas, metaboliza drogas,
encadena reacciones que pueden medirse y hasta puede realizar una suerte de
“desconexión cortical” para actuar como
un símil animal. Sin embargo, el punto de retorno inevitable de la realidad
humana, aún cuestionándola, aún mitigándola, aún negándola, es la cultura como
espacio donde el fenómeno de la humanidad se desarrolla, interactúa, en
definitiva, funciona como tal.
El deseo lejos de
cuestionar esto, lo valida. Es decir, deseamos porque estamos vivos; deseamos
porque interactuamos; deseamos porque el otro existe fuera de nosotros;
deseamos porque estamos llamados a hacerlo. Por ello, el no desear es una
situación que puede preocupar, problematizar y/o interpelar. Aunque, lo
digamos, muchas veces el efecto sobre los demás es lo que genera el
inconveniente. Todo esto está lejos de ser sencillo por esa naturaleza cultural
del ser humano, valga repetirlo. Pero también por eso puede ser maravilloso,
placentero, necesario, ambicionado, buscado y gozado en todas las dimensiones
que tenemos.