viernes, julio 06, 2012

Deseo





Hacer lo más simple, a veces, es una garantía. En este caso, consultar el diccionario por una palabra nos ofrece una definición que implica un cierto consenso. Deseo, según esto es: “movimiento afectivo hacia algo que se apetece”. Así el deseo se incorpora a la realidad humana no desde la idea de instinto sino desde la idea de la alteridad. El deseo aparece como un elemento característica que se imbrica a un cuerpo, que a su vez no se disocia de una dimensión psicológica, ni social, ni cultural (ni espiritual, agregamos) que todo cuerpo posee, aunque pueda ignorar o menospreciar alguno de estas dimensiones.
Antes de continuar, es menester comprender que el estado natural del ser humano es la cultura. Su vida, sus relaciones, sus modalidades de encuentro, sus capacidades, sus actitudes, sus aptitudes, su delirio, sus mitos, sus tabúes, sus libertinajes, sus nociones, sus movimientos, sus pensamientos, sus creencias, todos ellos y todo lo que pueda salir de ello está signado por el hecho contundente que lo establece la cultura. Es más, solo la cultura es la que permite que el ser humano pueda pensar la división entre la naturaleza y la cultura y las disquisiciones que surgieron de eso. Desde esta realidad es que construimos nuestra existencia, la leemos y la significamos.

Esto no niega que existe una anatomía concreta y, sobre todo, una fisiología que la ordena, que establece, en ocasiones prioridades y que, sin dudas, nos obliga a reflejos involuntarios, por ejemplo. El ser humano segrega hormonas, metaboliza drogas, encadena reacciones que pueden medirse y hasta puede realizar una suerte de “desconexión cortical”  para actuar como un símil animal. Sin embargo, el punto de retorno inevitable de la realidad humana, aún cuestionándola, aún mitigándola, aún negándola, es la cultura como espacio donde el fenómeno de la humanidad se desarrolla, interactúa, en definitiva, funciona como tal.

El deseo lejos de cuestionar esto, lo valida. Es decir, deseamos porque estamos vivos; deseamos porque interactuamos; deseamos porque el otro existe fuera de nosotros; deseamos porque estamos llamados a hacerlo. Por ello, el no desear es una situación que puede preocupar, problematizar y/o interpelar. Aunque, lo digamos, muchas veces el efecto sobre los demás es lo que genera el inconveniente. Todo esto está lejos de ser sencillo por esa naturaleza cultural del ser humano, valga repetirlo. Pero también por eso puede ser maravilloso, placentero, necesario, ambicionado, buscado y gozado en todas las dimensiones que tenemos.

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