El juego es divertimento. O debería serlo. La parte lúdica jamás debería
ser ninguneada por la competencia que surge en algunos juegos. Jugar debería ser
una condición de probabilidad en todo encuentro. Aclaremos, el juego implica participantes
que optan por jugar. El juego no incluye engañados/as a participar de algo que no
quieren –o no debería hacerlo-. Existen, por lo tanto, en el juego: la decisión,
el interés, la curiosidad, la diversión, la imaginación, la creatividad, la inocencia,
la ingenuidad, el entusiasmo, el tiempo, la tranquilidad y las reglas (todo eso
o un poco de cada uno de ellos). Para jugar, a veces, se utilizan juguetes, que
hacen que el juego tome una dimensión donde la imaginación nos puede conducir a
nuevos rumbos.
Así, podemos afirmar, tranquilamente, que juegos y juguetes, desde siempre permitieron que
las relaciones crezcan, cuando deben crecer, que se hagan sólidas cuando son capaces
de ello. El juego no tiene que ver con la edad sino con la disposición. Sin dudas
que cada edad tiene sus juegos y que está bien que sea así. Pero el jugar, el hecho
de encontrarse con el otro para que conjuntamente opten por divertirse con un momento
de esparcimiento eso no tiene edad, a pesar de aquellos que pretenden medir madurez
por los juegos.
Lo sexual, lo sabemos, es una dimensión donde el juego existe. Es más es
donde el juego debería ser alentado, como una particular necesidad para alcanzar
o aumentar las cuotas de placer, satisfacción y deleite que, en sí mismo, el sexo
puede producir. No hablamos, obviamente, de obligación de incluir juegos y juguetes
sexuales, sino de permitirnos que los mismos puedan ser una opción que la elijamos
y que, si la hacemos, la disfrutamos. Esto implica que no nos privemos ni nos obliguemos, sino que nos autoricemos a las posibilidades que disponemos para contribuir a nuestro placer lo que, en parejas
estables o casi estables, ayuda, a mantenerlas,
fortalecerlas y enriquecerlas. Obviamente, no es esto lo que las funda, sino la
intimidad que permite desarrollar el intercambio, el compromiso y el sentimiento.
Los juegos sexuales son, como bien se deduce, actividades lúdicas donde
lo sexual juega un papel preponderante. Como todo buen juego siempre tiene guiones,
reglas y, en ocasiones, juguetes ad-hoc. Surgen de la imaginación propia o prestada (bendito internet hoy para ello). Son formas de
encuentro que uno va probando hasta el adecuado para uno. Esto implica que, este
juego no me gusta o aquel me gusta menos pero este si me encanta. Después, cada
uno/a tendrá la flexibilidad para probar nuevas experiencias según lo que su cuerpo,
su mente, su moral le permita. Porque, insistamos, un juego es una actividad consentida
por uno que debe poder ser detenida cuando no es satisfactoria. Una aclaración,
lo consentido deja afuera el acepto lo que el otro quiere a pesar que no quiero
para que no crea que soy una persona reprimida, por ejemplo.
Sin dudas que las fantasías sexuales, como escenarios pensados para practicar
algo sexual, tienen un papel fundamental en los juegos sexuales. Fantasías que nuestra
imaginación crea con los elementos que contamos o aquellos prestados que podemos
leer, ver, escuchar en diferentes lugares –hoy tan accesibles por la web-. En esas
fantasías, disfraces y juguetes forman parte de una suerte de arsenal que permite
el deleite. Sin dudas, que puede colaborar para que el placer se potencie y que decidamos avanzar
un poco más allá del límite donde pusimos el mojón de nuestro pudor, aunque sea
por una noche –o una tarde-. Lo cierto que los juegos sexuales –con el uso o no
de juguetes- siguen siendo un recurso que sirve para alentar nuestro encuentro con
el otro/la otra a partir de las sencillas premisas que son tan elementales, consentir
a jugar, jugar con reglas y aceptar que son juegos para que los que participan siempre
ganen. Nadie pierde en los juegos sexuales, sino, no sería juego, sería castigo.
Es lindo permitirse el placer, es más, es necesario. Esto siempre implica un otro -permanente, circunstancial, elegido, preferido, conocido, desconocido, etc-, con el que nos damos el lujo -y lo permitimos- de la disponibilidad para jugar, quizás, para sentir, seguramente y para compartir un momento donde la intimidad tiene algo de nosotros.
Es lindo permitirse el placer, es más, es necesario. Esto siempre implica un otro -permanente, circunstancial, elegido, preferido, conocido, desconocido, etc-, con el que nos damos el lujo -y lo permitimos- de la disponibilidad para jugar, quizás, para sentir, seguramente y para compartir un momento donde la intimidad tiene algo de nosotros.