Así
es la especie humana. Es inevitable que lo tenga que hacer, por más que
fracase, sufra, sea incapaz. Su sino en este mundo es amar. No puede obviarlo y
por eso, cuando lo hace, fracasa. Esto no quiere decir que no pueda pasar la
vida entera sin amar. Que sea realmente incapaz de hacerlo, que no exista
ninguna posibilidad de concretarlo. Pero está condenado a hacerlo.
No
quiere decir que amar sea el camino idóneo a su felicidad. No quiere decir,
tampoco, que al amar no deba sufrir. Que no pueda hacerlo. No quiere decir que
al amar reciba amor. Pero si quiere decir que su vida estará atravesada de
amor, por más que también pueda atravesarla la miseria, la desgracia, la
violencia, el sufrimiento.
El
ser humano está condenado a amar desde el momento que el otro, la otra existe y
nos da existencia. Desde el mismo momento que la palabra es indispensable para
existir, para ser. Desde el instante que reconoce que el otro no es uno y que uno no es otro. En
ese tiempo el ser humano se condena a amar. Como inevitable esencia de su vida.
Es
una condena porque no puede no hacerla, porque no implica que eso te evite la
posibilidad del fracaso, de la traición, de la distancia, de las lágrimas, de
todo lo que conlleva que te atraviese la esencia de la humanidad y que tú seas
el responsable que atraviese a otros.
Puedes
intentar no hacerlo, puede convencerte que no lo harás, puedes creer que ya
pasó, puede imaginar formas de eludirlo, puedes intentar esconderlo bajo
trabajo, drogas, relaciones y hasta casamientos. Pero estás condenado a amar.
Yo, tú y los demás. De una forma que es tan real que sólo se puede imaginar.
Puede
rebelarte, si quieres, pero no puede evitar que el amor te atraviese aunque
quieras matarlo y aunque creas que lo haces. Está allí, con el soplo de tu vida
que vino y que se irá. Está allí, donde puedes alcanzarlo con tu mano, con tu
mirada, con tus sentidos todos, por más que toda tu vida creas y sientas que no
está.
Hoy
lo sé, hoy lo creo, hoy lo re-conozco. Estoy condenado a amar, estoy condenado
al amor. No importa la distancia, ni el silencio, ni nada. Insisto, yo, tú y
los demás.