¿Qué numerito es?, me pregunta el niño de cuatro años refiriéndose a la fecha, que todavía no entiende bien el sentido. Le digo 19 de mayo o "29 de octubre" por ejemplo. El va contento con la respuesta. No es, sin dudas, importante la fecha para él. Pero si el juego de preguntar, de obtener una respuesta acorde y reconocer en ello algo que conoce, algo que comienza a conocer y algo que desconoce pero que no le inquieta.
Fechas que tienen la importancia relativa de las personas y el valor
agregado de las personas. Así, hoy 19 de mayo (y también los 29 de octubre) personas celebran, por ejemplo,
su cumpleaños (felicidades de paso, debemos decir). Sin embargo, independiente
de recordar o no una fecha concreta, de poder definir si el suceso fue en el
día tanto o tanto lo que marca los hitos de una vida son los momentos, no las
fechas, aunque estas sean más fáciles de señalar, de conmemorar. Los momentos,
a diferencia de las personas necesitan, exigen los códigos compartidos de forma
concreta. Necesitan dos personas o el recuerdo de una persona sobre dos.
Así, si pensamos nuestras vidas no son las fechas las que marcan
nuestra vida sino eventos, sucesos, momentos que, obviamente, pasan en algún
momento. Que son recordados porque alguien los recuerda con la intensidad con
que se han vivenciado. Son momentos que crean paraísos o cicatrices brutales. Sí,
que pasan en fechas, pero que su valor está dado por la profundidad de lo
compartido en ese momento.
Nuestra vida sigue siendo ese collar de momentos que acumulamos con
los hilos diversos y que sabemos que están allí. Así, hoy sé – busco saber
siempre- qué momentos definen el color que toma mi alegría –mismo cuando la
oculto-, la validez absoluta de mis lágrimas –aún las de adentro-, la tierna
esencia de mis caricias –las dadas, las recibidas y las que siempre esperan-,
la profunda claridad de mis sentimientos –aunque sean jeroglíficos-, el oscuro
peso de mis miedos, la lozanía perfecta de los orgasmos –siempre orgasmear-, la
evidencia asumida de mis limitaciones, la desesperada profundidad de mis
necesidades, la siempre renovable capacidad de mi ternura, la insoslayable
pertenencia de mis raíces, la razonada incoherencia de algunas de mis actitudes,
la eficiente fortaleza de mis corazas, la real amplitud de mis fragilidades, el
destino, azar y circunstancia del nomadismo y el sabor incierto, aunque
buscado, coctel del avenir.
Si, son los momentos que definen a todo ser humano. Aunque esos sean
solo fechas lejanas, recuerdos silenciados, días ignorados, indiferencia
cotidiana. Ellos están allí, haciéndonos, una y otra vez.
Por esta fecha y por esos momentos, valga esto.