Ahora encima, lo complicamos, el amor incluye tantas
versiones que cada una de ellas conlleva dimensiones o manifestaciones
diferentes. Formas de comunicarnos, de hacer, de ofrecer, de pedir, de sentir,
de conectar, de un largo etcétera que nos obliga a sintetizar con una sola
palabra universos diferentes, que tal vez tengan la misma esencia –el bien del
otro- pero que constan de tantos matices que sobresalen de maneras tan
disimiles que la diferencia es notable. A eso, encima, le agregamos que utilizamos
el amor para validar cualquier cosa que nos incomoda, en ocasiones. Así,
hablamos de amor con la liviandad que nos permitimos tantas cosas, en ocasiones
y, obviamente, “no en tu caso”.
Ahora, sobre amar y sexo. Es decir, amar a una persona
con la que queremos y tenemos una intimidad que deseamos. Eso implica nuevos
aprendizajes, puesto que el sexo, el sexo que se disfruta y el que siempre se
puede disfrutar implica aprender y mucho….no se trata de inervaciones y flujos –aunque
nunca viene mal para algunos aprender un mínimo- se trata de la utilización eficaz
de los tres recursos que orientan la verdadera educación – aclaro: a esto sólo lo
firmo yo-: la comunicación como forma de reconocer al otro y de ser reconocido
por el otro; las habilidades como las capacidades de hacer que el otro conozca
mis limites y conozca los suyos y decidamos conjuntamente como avanzar con
ellos y, eventualmente, sobre ellos y el comprender que la diversidad conlleva,
también, el creer que los valores no son únicos sino personales y colectivos y
que la educación implica asociar límites para que respiren adecuadamente. Lo
último siempre será la economía exigente del daño.
Si, amemos y “sexemos” como soñamos, pensamos o
sentimos. Para ello, sólo queda el camino del aprendizaje. El resto, lo dejemos
a los animales que les va bien por ser animales.