Al fondo la luz. Como la vida misma -y la muerte dirán algunos-. Sin embargo, para que la luz aparezca, la sombra tiene que estar. Aunque sea la conciencia de ella. La percepción de algo necesita la comparación de otra cosa. Comparar. Es difícil que esta función cognitiva no nos acompañe un poco mucho, un poco siempre. Pero todo punto de comparación siempre implica que tomamos decisiones, si...¡como la vida misma!
Decisiones sobre lo que queremos comparar y, sobre todo, con que lo queremos comparar. Pero eso, lejos de ser evidente, es una compleja formula que toma elementos objetivos y lo multiplicamos por factores que son muy variables: autoestima, estímulos, sensaciones y demás. Es decir, no somos objetivos, pero si lógicos. Lógicos en el sentido que encademos los elementos y con ellos encontramos resultados. A veces, no nos damos cuenta que en esa cadena que utilizamos hay varios eslabones que no creemos que están incluidos pero allí están.
Si, comparemos, pero lo hagamos con la intención de defender la equidad, de potenciar la compasión y de ayudar a que podamos andar un poco más ligeros de equipajes y más felices de andar