Sin embargo, lo hacemos. A las parejas les cuesta mucho el permitirse esos tres mundos -no siempre, obviamente-, pero muchas veces. Es como que nos olvidamos que la magia con el otro existe porque la decidimos, la permitimos y la deseamos, no porque la imponemos.
Recortar el mundo del otro conlleva necesariamente, mutilar experiencias y reducir las opciones de hacer nuestro mundo más rico. Obviamente, cada cual decide que ramas podar para que crezcan otras. Pero la sutileza está allí. Cada cual decide por si mismo y no porque el otro lo impone. Allí es donde los mundos de cada se transforman en energías que nos movilizan y hacen que ese mundo compartido tenga más colores, más perfumes, más riquezas.
Y, ¿si lo probamos de este modo desde hoy?