Hoy termina el
mundial. Juega Argentina y uno quiere que gane. Seguramente sufriré la tensión
del momento. Eso espero y más aún espero que luego la liberación sea la
alegría.
El fútbol es un
deporte y como tal sirve para canalizar emociones. Si las emociones –que no son
tantas- coinciden con la del otro se las comparte y se las potencia. Es así de
simple. Son emociones. Pocas personas son tan estúpidas para creer que esa
emoción implica un nuevo mundo. Es más hay más persona estúpidas que creen que
los que comparten la emoción del momento, por ejemplo, de esta final, son
ignorantes de la realidad y se dejan engañar por espejitos de color. Esa gente
que se cree inteligente al acusar a los que se “emocionan fácilmente” con esto
son, definitivamente más estúpidos.
El fútbol no
cambia nada de nada en la vida cotidiana, la que pasa más allá de esos noventa
minutos que le dedicamos (ojala ganemos allí, sin tiempo de alargue y – Dios quiera-
menos que menos en los penales: necesito mi corazón tranquilo). Pero, como
diría Rodin: “útil es todo lo que nos da felicidad”. Así que hoy es esos días
que vale “Vamos, carajo, vamos Argentina a ganar”