Hacer las cosas
al mismo tiempo, es una maravilla. Lo que se llama sincronía. No tiene que ser
la misma cosa sino cosas que se complementan, como un ballet, o una danza. Algo
que nos magnetiza. Cuando vemos que dos personas se acompañan como
complementándose uno ve en ello la magia de lo profundo. Como si el cosmos
estuviese ordenado. Será por eso, quizás, que llamamos química cuando el otro –cualquier
otro- parece que anticipa nuestros movimientos y nos permite una suerte de escena
de patinaje sobre hielo: precisa, bella, activa y plena de riquezas.
¡Así debería ser
la vida! Tonterías. La vida es lo cotidiano como constante. Lo que hacemos en
cada momento, los errores y los aciertos, las alegrías y enojos. Los zigzags
inevitables; los encontronazos, las molestias, los disensos y todo lo otro, o sea lo
contrario a todo eso. La vida es el andar por un tiempo y espacio que nos va
tocando en suerte procurando disfrutar, sentir, creer, vivir, comunicar, amar y
más cosas.
En esa vida, la
que vamos andando, vale la pena procurar la sincronía. ¡Of, course! Lo digamos,
pero eso implica comprender que, como comunes mortales que muchos somos, hay
que “laburar” para ello. La sincronía no es una cuestión de ilusión, es trabajo
constante para el otro, con el otro, por el otro. Así, no haremos alquimia,
sino encuentro, no haremos engaños, sino certezas y así, seguramente, el andar
por la vida será la aventura por el camino que dicen lleva a la felicidad.