Leo que el Che Guevara escribió “endurecerse sin perder la
ternura”. Una síntesis de un plan de vida. Su nombre evoca una vida particular
pero podemos pensar que vale para todos, para todas. Endurecerse es lo que uno
hace cuando la vida abandona la niñez dorada y nos va poniendo las pruebas inevitables
de la vida. Donde pasan cosas y nadie nos protege tanto. Si, lo sé, a algunos
la vida los sacude desde que nacen. Otros tenemos unos años donde la familia –en
cualquiera de sus versiones- nos protege, nos ofrece una suerte de paraíso. (Lo
señalo, mientras haya niños que sufran el abandono, no hay gobierno que sea
inocente). Pero un día llegan esas experiencias. En algunos casos, reales, en
otras la gente se ahoga en un vaso de agua. Pero el endurecerse parece ser la consecuencia
del vivir.
Así crecemos y vamos por la vida y aprendemos que hay un
poco de todo en eso de “la viña del señor” –o de la señora.
Pero allí está la ternura. La que se supone que descubrimos
en aquella época de la niñez, a veces a pesar de los que nos rodean. Esa
ternura que implica esa capacidad de manifestar con gestos un sentimiento de
calidez hacia el otro. Esa capacidad de permitir que el otro pueda mostrar su
fragilidad porque sentirá que será protegida en ese momento, aunque sea un
instante. La ternura es la magia real que hace que podamos desnudarnos en
cualquier sentido para ser un poco más nosotros.
La ternura es lo que hace que el otro se sienta un poco en
casa, un poco simple, un poco más humano. Es verdad, hay personas que son una
fuente inagotable de ternura. Que le sale por los poros e inunda el cotidiano
donde están. Son como faros que se muestran allí, en el medio de la vida “endurecida”
y les dice a los navegantes que pueden ir en esa dirección. Todos conocemos
esas personas. Allí están para ofrecernos un lugar donde sentirnos en una paz efímera
pero intensa. Los demás, no somos así. Pero, sin embargo, si somos capaces de ofrecer ternura. Aunque sean como instantes pasajeros, tanto como un ofrecimiento espontáneo y circunstancial como aquel que surge con nombre y apellido. O sea, que la ternura está en nosotros. A flor de piel o escondida en nuestro ser. Una ternura que es la puerta a la paz, el sendero a la felicidad. Es, quizás, el único modo, por ejemplo, de poder decir "lo siento, perdón, te amo, gracias" (¡Si!, es Ho´oponopono) de un modo eficaz.
Pero la ternura alimenta. Por eso, sería bueno preguntarnos cada día, o, mejor, cada noche, si logramos ofrecer ternura a alguien. y, si lo hacemos, si fue a quienes la necesitaban, sobre todo. Quizás, se me ocurre, sea una de las curas de los insomnios.
Pero la ternura alimenta. Por eso, sería bueno preguntarnos cada día, o, mejor, cada noche, si logramos ofrecer ternura a alguien. y, si lo hacemos, si fue a quienes la necesitaban, sobre todo. Quizás, se me ocurre, sea una de las curas de los insomnios.