Confieso que te tengo cariño.
Quizás eso sea debido a cierto sentimentalismo que uno agarra en la
adolescencia, hasta allí remonta nuestra siempre llamada amistad y son más de treinta
años lo que pasaron desde el inicio. Pero hace unos días tuve un despertar,
podríamos decir. Me pasó algo muy bueno, me llegó una noticias de esas que se
deben compartir y me di cuenta que no tenía ganas de compartirla contigo.
Tampoco me va a molestar que la
conozcas. Es más, ya sé que la conoces por otras bocas. Seguramente te
alegrarás como uno se alegra que pasen cosas en el mundo. Pero no quise
compartirla como lo que se debería hacer. El contarla a quien uno siente que es
su amigo. Aquel que uno quiere contarle lo bueno porque ya se compartió siempre
lo malo y porque uno encuentra en el rostro del otro la felicidad que uno
siente que debería tener.
No, no quise compartirla. Fue
allí que me di cuenta que en realidad ya no importaba. Como dicen, me cayó la
ficha y de repente todo se hizo claro. Nunca estuviste en las 6 o 7 veces
importantes que necesité tu ayuda, pudiendo estar. Te aprovechaste de las
excusas para no estar. Siempre tuviste una crítica para mi aspecto y, confieso,
no me acuerdo de tu alegría ante mis logros, que tampoco fueron muchos.
“Muerta ya la amistad huele igual
que el fracaso” dice Sabina. Ni eso. Imaginé una amistad que nombramos cuando
adolescentes y que creo que nunca hiciste nada para que sea. Duro, como
evidente. A hacerse cargo, diríamos.
Bueno de todos modos, tampoco es
que esto sea algo que merezca mucho más que eso, una simpática declaración
adolescente que no tuvo posibilidad de ser nada. Aunque eso no quita, te tengo cariño
y me alegré por tus logros y hasta traté de estar en tus pesares. Quizás no lo
logré. Tú debes juzgarlo. Cuando mires tu espejo lo sabrás, como esta vez yo lo
supe. Después, será nostalgia de la terrible por lo que perdimos o,
simplemente, la alegría de saber que nos equivocamos, no teníamos madera para
ser amigos. Darse cuenta es bueno, permite reconocer a los verdaderos amigos.
Esos que siempre tienen una buena madera. Ojalá, sea eso para algunos de los
que me llaman amigo, aún.