Escribo, hace unos días, que el ejemplo más pleno de la humanidad seria el beso. Por
la amplitud de sus significados, la simplicidad de su ejecución, la evidencia
de sus efectos y las posibilidades de su alcance. Me quedo con esa idea que vuelve a mí.
El beso, sigue siendo un gesto que encuentro indispensable para experimentar siempre. Casi
como un motor del mundo, aunque sea indirecto. Efectivamente, es el beso que nos moviliza de varias formas. El beso que se busca, que se
da, que se antoja, que se espera, que se sueña, que se ofrece, que se recibe,
que se pide, que se entrega. Este y todos los besos son la puerta, el camino,
la traducción del deseo y, es este, sin dudas, que hace que el mundo funcione.
Besar
es más que solo una gimnasia de labios. Besar es una antología de nuestros
andares. Un bosquejo de nuestras ambiciones, un plano del laberinto de nuestro
futuro. Se condensan en esos movimientos tan simples, la imperiosa necesidad del
otro que define a la humanidad. Por más que un beso sea circunstancial, por más
que sea alejado de todo sentimiento, por más que sea un gesto vacío. Aún en
esos casos, el otro siempre está presente. No pretendo por ello decir que el
beso es la perfección del ser humano pero vaya que en el podemos exponer
nuestras imperfecciones que, paradojicamente, es una de las perfecciones del ser humano. Perfección que se alcanza no por hacerlo de modo artístico o impecable sino porque
podemos condensar, en ese movimiento, la suma de los universos que nos componen.
Un
beso es, o puede ser, la puerta infranqueable o el hilo de Ariadna para cualquier laberinto. Es
lo que te invita a sumergirte en el arte del encuentro, en la vivencia de la intimidad o, en ocasiones las
señales de atención para que te evites los problemas.
Un beso, el buen beso, es, quizás, aquel que nos permite autorizar deseos, manifestar sentimientos, energizar el instante, codificar el infinito, o simplemente transitar un momento único -que queramos irrepetible por lo de eterno o lo de fugaz-, que, en ocasiones, nos permite respirar el alma. Ese beso es el lujo que nos debemos permitir, buscándolo sin prisa, sin pausa, sin vueltas, sin obligación, con deseo.
Un beso, el buen beso, es, quizás, aquel que nos permite autorizar deseos, manifestar sentimientos, energizar el instante, codificar el infinito, o simplemente transitar un momento único -que queramos irrepetible por lo de eterno o lo de fugaz-, que, en ocasiones, nos permite respirar el alma. Ese beso es el lujo que nos debemos permitir, buscándolo sin prisa, sin pausa, sin vueltas, sin obligación, con deseo.
No
corramos tras besos, pero lo busquemos como una oportunidad que la vida nos
reparte sin límites. Besemos sin límites en todos los bordes del otro.
No lloremos por los besos que ya no damos, pero no dejemos de soñarlos como una ambición, como una posibilidad, como una síntesis constante de lo vivido y un borrador de todo lo que falta vivir.
No lloremos por los besos que ya no damos, pero no dejemos de soñarlos como una ambición, como una posibilidad, como una síntesis constante de lo vivido y un borrador de todo lo que falta vivir.
Cuando
la vida se termine, cuando el ocaso llegue, nuestra desnudez, tal vez, se vista
de los besos que dimos, allí, quizás, estará parte de nuestro triunfo.
Así
que sí, deseo besar. Ayer, hoy y mañana.