Somos seres sexuados. Eso lo sabemos, aunque queramos negarlo tantas
veces. Pero ese hecho casi “natural” de tener genitales tiene la inexorable
dimensión cultural que es parte imprescindible de los seres humanos que, tantas
veces, nos cuesta asumir. Es decir que, aparte de ser sexuados, somos seres
eróticos. Esto implica mucho más que sólo tener genitales y un cuerpo que se
acerca o se aleja de algún canon de belleza, por ejemplo. Ser seres eróticos
implica que somos pasibles de deseo, de desear, de procurar deseo, de generar
deseo, de buscar lo deseado, de ansiar ser deseados, de evitar el deseo,
también.
Es así que nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro ser debe hacer
frente a dos hechos inexorables: tenemos genitales y estamos llamados a hacer
algo con lo erótico. Lo “terrible” sería
que el ser humano, frente a estas dos cosas, no siempre muestra la mejor cara
de su inteligencia ni sensibilidad. Así, apela, por citar uno de sus recursos
no mejores, a la censura, no sólo la pública, sino de la personal, y sobre todo
aquella que se transforma en personal innecesaria.
Nos concentremos sobre el hecho de ser seres eróticos, por definición.
O sea seres capaces de buscar los senderos del placer de varias formas tanto para
uno como para los demás. Al pensarlo así varias cosas surgen como ideas. Me voy
a detener, en este momento, en uno en particular: el hecho de ser deseables.
Si, nuestra presencia (en ocasiones, nuestro recuerdo) estimula el deseo. Esto,
curiosamente, los comprobamos más en los demás. Vemos, escuchamos, recordamos,
sentimos a otro (claramente, otra) que nos estimuló el deseo de alguna forma.
No todos tienen la capacidad de verse como ese otro para los demás. Verse,
aceptarse y disfrutar el hecho de ser quienes generan un deseo que no siempre
se pueden concretar. Pero somos eróticos también por eso.
Nuestro cuerpo, nuestras formas, el perfume “especial”, esa
vestimenta, ese movimiento, esta mirada, la sonrisa, todo gesto, o sea la
excusa que sea, estimula la cuerda sensible del deseo en alguien. Una cuerda
que muchas veces no se puede concretar, por lo que fuera. Cuando somos
conscientes de ello dos actitudes surgen, a primera vista, afianzar la
autoestima y procurar deleitarnos por eso que generamos y, la más común,
sentirnos tontamente culpables o responsables.
Ser eróticos implica que nuestro ser puede generar, por cualquiera de
sus dimensiones o las formas de manifestarse, un estímulo de carácter sexual en
el otro. Un estímulo que, en ocasiones generará una respuesta. Ojalá esa
respuesta sea la que nos permite canalizar nuestra energía sexual para lo que
creamos mejor que, en definitiva es el placer como posibilidad real, el
encuentro como necesidad imperiosa y el sentir como vivencia íntima y
compartida.
Creo que no podemos evitar ser seres eróticos. Entonces, nos
preocupemos en potenciarlo para nosotros, en fortalecer nuestras formas de
hacer que esa capacidad nos permita la felicidad, el encuentro, la maravillosa
sensación de sentirnos únicos para el universo y para esas personas que son
capaces de saborearlo así, un segundo o una vida.
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