Pero, lo sabemos, no es verdad. Las
decisiones se toman en presente, nunca en pasado, jamás en futuro. Por más que
con la experiencia podamos mejorar lo que elegimos y que intentemos, y a veces
lo logremos, planificar para lo segundo. Elegimos aquí y ahora y, luego lo
volvemos a hacer otras tantas veces. Así somos. Así somos realmente.
No hablo solamente de decisiones que marcan una vida, sino de aquellas que uno toma en un día y que, obviamente, definen alguna cosa, a veces intrascendente. Sin embargo, decidimos desde ver una película que nos motivará, hasta ignorar alguien porque estamos “enojados” o, también, abrir la boca diciendo lo que creemos sentir en ese momento, para bien o para mal. Y, por definición, toda decisión implica una consecuencia.
La vida son decisiones, contando entre
ellas las que implican nuestra omisión también. Es nuestra fortaleza como
humanidad y, con su contraparte, que también es humana. Por eso, debemos pensar
un poco mejor para nuestro próximo presente. Veamos las cosas que importan
cuando tomamos las decisiones. Si pensamos nos pesa un poco más ciertas cosas,
eso creo. Así, creo que nos pesa demasiado las palabras que no dijimos, los
besos que no pedimos, los que no ofrecimos, las charlas que nos privamos. Estoy
seguro que también son duro sentir los abrazos que nos sobran para alguien y
que se decidió no darlo o no pedirlos (porque los abrazos, estoy seguro, tienen
nombre y apellido siempre. Por su parte, creo que los besos no siempre y las
caricias siempre son una decisión en presente, pero esto es sólo una teoría y,
seguramente, un texto futuro). Básicamente los momentos que elegimos vivir y
aquellos que, con las razones e/o excusas que fueran optamos por no tomar.
Esta es la regla esencial de la vida que
nos toca. Así que a asumir que las decisiones son nuestras para lo que toca y
que cada momento que se nos presenta es lo que elegimos que sea, aunque después
no salga como uno cree, sienta o espera.
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