organización con una débil performance de los protagonistas. Pero eso no es lo que en esta columna nos interesa. Uno de los puntos que tocaron, casi de pasada y sin la pertinencia que tiene, cosa entendible por un país con tantas urgencias, fue la pertinencia de la ESI (Educación sexual Integral). Algo que hemos tratado con cierta insistencia. El sesgo profesional se nota. Como sabrán muchos, quizás ya deberían ser todos, la ley 26150 crea le programa Nacional de Educación sexual en el 2006. A partir de allí se utilizaron diferentes estrategias para poder avanzar en esta educación concreta, urgente, necearía, inevitable. Esto con éxitos o logros irregulares, no homogéneos y no en todo el territorio de nuestro país federal. Pero se hizo cosas. Tal vez sea bueno recordar que nuestra constitución nacional en su preámbulo reza (ordena o impone) una lógica total: “afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Dos
cosas centrales en esto, lo bueno que podemos hacer como país, siempre debe ser
federal y para quienes lo habitan. Lo segundo, que, en este caso, queda claro
que se utilizó el genérico de “nombre” para todas las personas, pero ya
deberíamos cambiarlo. No sirva como argumento para los apresurados y que buscan
beneficios muy particulares, pero podemos coincidir que se podría modificar la
constitución y hasta podría sugerir algunos aportes. Pero eso es otro cantar.
Volvamos
a nuestro debate y sigamos la senda de nuestra Constitución en ese preámbulo.
La educación sexual integral es una herramienta educativa altamente probada,
eficiente y concreta que mejora la vida de las personas si, como toda
herramienta debe ser utilizada correctamente. Es decir, seguir con los mejores
lineamientos (por ejemplo, UNESCO, programas basados en la evidencia) e
implementada de manera concreta, progresiva y constante.
¿Para
que sirve? Para mucho, pero pensando en la constitución, daría útiles,
fortalecería valores y haría incorporar habilidades en los educandos para que
logren conseguir “promover el bienestar
general, y asegurar los beneficios de la libertad,” aceptando que las otras
personas merecen también lo mejor, dicho en términos de educación sexual,
aceptar la diversidad humana por la riqueza que implica y comprender que en el
trato a la diversidad se funda la dignidad humana, la nuestra y la de nuestro
pueblo.
Una
educación sexual de calidad garantiza que la violencia no sea el camino
(básicamente evita la grieta), procura comprender la importancia del bien común
y de los Derechos Humanos (motiva para desterrar la corrupción), favorece la
constitución de relaciones más saludables (lo que nos permite pensar en
crecimiento como sociedad, que incluye lo económico), fomenta los derechos como
urgencia y las obligaciones como imperativo (lo que permitiría salir de cierta
anosmia que a veces uno siente en este país.
La
educación sexual no resuelve los problemas, pero, estoy convencido y muchos
estudios me dan la razón, brinda mejores herramientas para crear el futuro que
los candidatos viven insistiendo pero no concretan.
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