Abrazar es una de las formas más elementales de ofrecer un todo. Son esos gestos que pueden incluir a nuestro ser completo que procura contener al otro durante esos segundos que dura un abrazo. Obvio, no estoy hablando de cualquier abrazo, sino de aquellos que tienen la intención de ofrecer más que una circunstancia, los que buscan mostrar presencia y decir, en el gesto, estoy para ti, aquí y ahora. Pueden decir que es una exageración. Quizás, pero antes de decirlo, piénsenlo, por favor. Aunque para hacerlo recuerden la última vez que fueron abrazados de ese modo que se sintieron así y piensen, las veces (ojalá que sean muchas) que abrazaron de ese modo. Me refiero a hacerlo sintiendo que uno está completamente presente y, por eso, ofrecieron en ese momento la intencionalidad de decirle al otro que todo estará bien y, esa otra persona, se permita recibirlo. Esa conjugación es la que estoy hablando, un gesto que se ofrece, ese gesto que se recibe y al hacerlo se lo alimenta para que sea esa conjugación de humanidad urgente e imprescindible. No me estoy refiriendo a lo que se conoce como el abrazo del oso, es el abrazo del ser humano
en su integridad que reconoce a otro como un par, que siente que más allá de todas las diferencias contundentes existen puentes reales y concretos que permiten sentir que somos tan humanos y logramos comprender que la necesidad no es fragilidad, sino una oportunidad. Abrazar no es otra cosa que ofrecer un poco todo, por un instante, para que un poco de aire nos refresque el alma.
Abrazos cariñosos, siempre. Pero no son los únicos, también hay abrazos de desesperación, de alegría, de dolor, de recuerdos. Pero abrazos al fin. En ese gesto hecho con el cuerpo, exhibido con los brazos hay una ambición secreta de ser como imaginamos: el mostrar la simplicidad del encuentro como una necesidad. Ahora bien, hay unos abrazos especiales, que espero que todos los hayan sentido, los abrazos que tienen algo de erotismo y mucha sensualidad: los abrazos de amantes, en su sentido literal: es decir de personas que aman a su pareja.
a quien se abraza, de reconocer lo que sentimos y utilizar el gesto para trasmitirlo. Por ello es algo que se aprende, se perfecciona. No es algo casual, sino intencional; no es algo pasajero, sino que habla de permanencia; no es algo insulso, sino que conjuga sentires, emociones y actitudes; no es algo neutro, es un diálogo comprometido. Finalmente, no es un acto de posesión sino de disposición. No es un acto de cierre, sino de apertura. Un abrazo siempre debería formar parte de una de las formas de decir presente, te quiero, te deseo, un poco más, gracias, por favor. Un buen abrazo es una enciclopedia para el amor, si lo permitimos. Algunos de los lectores esto es evidente (¡Enhorabuena!), otros, quizás, deban aprender a hacerlo. Porque todos nos vendría bien lo que sugiere Mario Beneditti: “un abrazo que nos acomode un poco. Que nos haga ver que no estamos tan solos. Ni tan locos. Ni tan rotos” Nos lo merecemos.
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