

En días como estos cada uno de nosotros se encuentra bombardeado por los gestos simbólicos que recuerdan una forma de ser y de vivir, que nos insisten sobre ese sentimiento esencial para tener la felicidad: el hecho de encontrar un eco para nuestra necesidad en otra persona; poder tener la sensación de contar con alguien cuando llegue alguna de las muchas necesidades que siempre tenemos a lo largo de nuestras vidas.
No soy adepto a estas fechas colectivas, a este tipo de celebraciones que movilizan el sentimiento por empujones sociales, en ocasiones más que por otra cosa. Pero, no puedo negar que, muchas veces, son esos oleajes, los que permiten que algunas personas sean capaces de expresar los sentimientos que muchas veces, no se autorizan a decir a los demás, el resto del tiempo.
Sólo sé que la amistad es algo que supera las circunstancias que la vieron nacer. Uno es amigo no cuando se conoce casualmente, aunque toda amistad nace por azar. Se transforma en amigo cuando, luego de ese inicio, es capaz de tomar distancia de aquellas circunstancias iniciales y podemos reencontrarnos y recrear antiguos momentos siempre con nuevas cosas. Ser amigos es la capacidad de permitirnos comunicarnos sobre nuestro cotidiano y saber que existen personas que pueden darnos algo, cada uno una cosa diferente, cada uno algo que nos produce el secreto placer de estar acompañado de algún modo muy precioso para cada uno en el momento que se precisa o, cuando sea. O sea, creo que cuando la película de nuestra vida se acabe, también seremos juzgados por el amor de la amistad.
Felicidades para aquellos que, como dije en algún momento, siempre fueron olmos y nunca perales, pero sobre todo a los perales que siempre tuvieron, tienen y tendrán peras deliciosas.