Es común escuchar argumentar que “estás filosofando” para referirse al hecho que lo que se habla no es muy práctico. Así, filosofar (hacer filosofía en la vida cotidiana) es algo que se opone al día a día. Una división que manifiesta otra muy utilizada: lo teórico y lo práctico. Como si ambas fueran no sólo diferentes (¡que lo son!) sino que, además, no podrían convivir. Hoy vengo concretamente a defender esta idea que “filosofar” es, esencialmente, pensar para hacer y hacer en base a pensar. Lo que importa realmente no es el pensamiento, sino cuan asociado está en una secuencia temporal el pensar con el hacer. No filosofar es una amenaza para la acción, tanto por no hacerlo como por hacer que el tiempo para ello sea incalculable.
Para mi
reflexión conviene las preguntas que realiza Imanuel Kant son de mucha
utilidad. El filósofo alemán plantea que hay tres preguntas esenciales que la
filosofía debe procurar dar respuesta. Ellas son:
1.
—¿ Qué puedo saber?
2.
—¿Qué debo hacer?
3.
—¿Qué me cabe esperar?
El
luego dice, con la limitación que da la ausencia del género como perspectiva,
que todo se puede resumir en la pregunta 4: ¿Qué es el hombre? … responde la
antropología. Dice el autor: “En el fondo, todas estas disciplinas se podrían
refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en
la última.”
Es
decir que, si pensamos que actuamos responsablemente en cualquier actividad,
esto conlleva tomar decisiones prácticas con el mayor conocimiento posible.
Hacer cosas sin medir consecuencias, o sea sin tomar en consideración lo que
puedo saber es un signo de irresponsabilidad pragmática.
Si
no sabemos nuestros límites en las acciones que ejecutamos es decir lo que
“debo hacer”, nuestras acciones serían un juego de azar sin control y, sobre todo
una invasión intrépida a los demás que la sabiduría popular condensó con: “el
comedido sale jodido”.
La
tercera pregunta tiene que ver con una verdad oculta siempre. Hacemos para
algo. Hacemos por alguien, pero hacemos también por nosotros mismos. Aun la
actitud más filantrópica nace de nuestra tendencia construida de ver el mundo y
nuestro rol. Tenerlo en claro, quizás ayuda a la paz, satisfacción y serenidad
que genera la tarea que uno hace.
La
última pregunta, tan personal, tan definitiva, tan asociada a la identidad
necesita una respuesta para que nuestras acciones no sean un boomerang
permanente que nos regresa para golpearnos, sino lo que la da razón a un hacer.
Definitivamente
es verdad, “a Dios rogando y con el mazo dando”. O sea no podemos quedarnos en
palabras cuando la acción nos exige hacer. O sea, claramente podemos tomar un
tiempo para saber dónde vamos, pero en algún momento debemos avanzar. Creer que
el avanzar sin preguntarnos el fin es lo que hacen los activos, los prácticos,
es sencillamente una tontera indefendible.
Sí,
creo que la diferencia está en cómo optimizo las preguntas filosóficas para que
no sean un freno para la acción sino un motor para ellas. Eso sí está claro.
Pero, por favor, que las acciones nazcan de filosofar no sólo lo defiendo sino
lo espero de quienes deben decidir cosas que me atañen, desde la política hasta
el acto médico.
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