lunes, agosto 28, 2006

Günter Grass: la incoherencia a prueba

“Uno nunca desconfía lo suficiente de los artistas” leo en un periódico. El autor habla de Gunter Grass y de su pasado nazista recién rebelado cuando la historia del artista está consolidada. Ni antes ni después. El debate comienza y están equivocados alternativamente. Lo atacan por haber defendido la izquierda, teniendo un pasado nazista. Lo defienden por su obra supera su moral discutida. El debate se hace sentenciador: “es malo”, “sería bueno”, se suceden con epítetos diversos. El artista escondido tras sus peroratas discursivas para ocultar su pasado nefasto. El nazista que se pretendió lo opuesto, ultimando a los tibios de espíritu. Se hacen hogueras y altares con sus enunciados. En los primero se buscan condenar sus obras como hipócritas y en los segundos entronizar sus opiniones como palabras bíblicas, por lo indiscutible.
Lo curioso, para mí, es que en esto se sigue el mandato ancestral de olvidarnos de lo esencial y que, actualmente, es moneda corriente: la incoherencia terrible a la que el ser humano esta sometido, casi siempre. Los seres humanos vamos por la vida desafiando nuestra propia lógica. Encontramos nuestro pensamiento a través de los laberintos en que vivimos, según la época que nos va tocando en suerte, la geografía que el destino, siempre incierto, nos va ofreciendo y matizando esas cosas por las vivencias que nos caen en suerte, pensando en los movimientos universales, generalmente caóticos que nos obligan, nos regalan y nos sorprenden con vivencias diversas. Nuestra coherencia no existe, existe un camino errático, muchas veces, en los que vamos, paso a paso, avanzando por nuestra vida.
Un artista representa la realidad según su visión. Utiliza las herramientas que su manifestación artística y/o su creatividad le permiten y expresa cosas. Uno se puede identificar con la obra y encontrar en ello la síntesis provocadora o fundamental de un pensamiento acorde con lo que percibe en la obra. Es parte de nuestra realidad, encontrar en la visión una representación de nuestros deseos, miedos, ambiciones, temores, angustias y esperanzas. Un artista puede plasmar en su obra lo que nuestros sentidos desearían ver representados. Así una obra nos impacta, un verso nos emociona, una melodía nos sensibiliza y una prosa, quizás, nos haga sentir que nuestra visión del mundo está representada.
Eso es bueno. Pero no lo es tanto creer que la coherencia que puede estar en la obra suple a los laberintos que la persona suele tener. No es bueno hacer de la obra la síntesis de la vida que debemos defender. Seamos cautos en glorificar a los artistas o a cualquier personaje público más allá de lo que debemos. Al transformar una historia en la representación monolítica de un ideal estamos apostando nuestra coherencia a nuestra naturaleza frágil. En este mundo tan idealizado implica tener que defender esa coherencia a golpe de espada, porque termina siendo más importante, según parece, evitar que nuestro ídolo se haya equivocado, aunque para ello tengamos que sacrificar nuestros ideales. Termina siendo más importante negar los ideales que aceptar que defendimos, durante años, a quien no los defendió.
La humanidad todavía tiene que aprender que las frases que realmente son capaces de darnos la esperanza del futuro son “no sé, enséñame”, “me equivoqué, perdóname”, “en esto, estás equivocado, rectifiquemos” y “él o ella, llamados enemigos siempre, son capaces de hacer lo mejor para mi” y las acciones que deben surgir por ello: la disposición al aprender, el análisis crítico de las actitudes, el respeto a la diversidad y la resistencia completa y total a las etiquetas y generalizaciones.
Lunes, 28 de Agosto de 2006

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