A lo largo de mi vida me he cruzado con una especie de seres que son muy comunes. Son aquellas personas que tienen un discurso muy construido y armado sobre las cosas basado en una ideología presentada como representativa de altos valores. Esas personas mantienen su discurso como bandera flameante y no osan discutir sus fundamentos. Lo más importante para esas personas es ser coherentes siempre en lo que dicen. De este modo elaboran, llegado el momento, complicadas explicaciones sobre porque cuando hacen lo contrario de lo que dicen es de una coherencia indudable en sus casos. Aunque a esto no llegan siempre, pues primero te acusan a ti de ser partidarios de una ideología errónea por cuestionar el sagrado dogma que ellos defienden. Además con sus explicaciones te transformas en un ignorante e insensible que desconoce su larga trayectoria de luchas para defender sus ideales. Aunque fácilmente se puede ver que en realidad son antiguas y pintorescas anécdotas de la consabida rebelión juvenil que todos y todas pueden tener y no el fruto de la convicción de la lucha.
Los discursantes pululan por el mundo e, inevitablemente siempre nos rodean. La base no está en lo que hacen, sino en lo que dicen. Lamentablemente su incoherencia siempre es la que da sentido a su forma de construir el mundo: una forma egoísta, opresora y que pregonan que sus ideologías multicolores pueden hacerse realidad alguna vez pero que la culpa es de los demás. De ese modo, van por el mundo los discursantes con sus discursos tolerantes, pero incapaces de tolerar a los que tienen un gusto diferente del suyo. Los que hablan de no ser homo fóbicos pero detestan a los homosexuales y se escudan en el famoso “yo tengo amigos homosexuales” para decir que no están en contra, por más que sólo sea un conocido de lejos. Los demócratas pero que en realidad le gustan los beneficios de las dictaduras económicas. Los comunistas que no quieren renunciar a la propiedad privada y a los lujos del capitalismo pero cantan loas al partido obrero y a la magia de los regimenes marxistas. Los que hablan maravillas de las iglesias, pero no se atreven a cumplir con sus mandatos de hacer el bien y de tratar a los demás como hermanos y hermanas.
Así van por la vida estos especimenes enfundados en sus discursos, obligando a que creamos que son los más abiertos, dispuestos, buenos, equilibrados, coherentes y felices, cuando en realidad no pueden serlo.
Lo peor de todo no es eso, sino que este mundo ya esta hecho a medida de ellos, pues los discursantes son los que siempre tienen algún poder, son los que generalmente oprimen y en definitiva para quienes están los beneficios.
sábado, 09 de abril de 2005
No hay comentarios.:
Publicar un comentario