Equivocarse en las ideas, pero exponerlas libremente. Errar de cabo a rabo cuando se habla y ser refutado con explicaciones racionales. Dejar la posibilidad que aún lo extremista sea posible desarticularlo con argumentaciones. Poder decir lo imposible y listo. Esto es lo que debemos perseguir. A veces nos olvidamos que eso es la base de la libertad.
Desearíamos que la gente no piense ciertas cosas, es verdad. Pero la censura no es la opción para cambiar y adecuar nuestra sociedad a lo que deseamos que piense. La historia lo ha probado largamente.
Decir algo y ser responsable de lo dicho pero nunca ser responsable por haber pensado eso. Esto, que parece un contrasentido, es la base de nuestra libertad. La ley tiene una figura que es muy importante, la apología del delito. Esto es lo que hace que uno sea responsable de lo que dice y deba asumir sus consecuencias. Pero nunca debemos olvidar que pensar es el recurso humano por excelencia. La capacidad de abstracción y de construcción de realidades nuevas. Porque pensando aún equivocado y, continuando a pensar, podemos corregirnos.
Esto implica que la acción de escuchar una idea que es errónea para nosotros es, en realidad, un arte. Es una forma de construir futuro, a pesar que la idea sea contraria a nuestro pensamiento, o quizás, sobre todo por ello. Así lo considero pues, las ideas altamente extremistas a nuestras posiciones, aquellas que son profanas según nuestra creencia, las otras, las que son opuestas a los principios más inquebrantables que sostenemos, todas ellas se desnudan en sus contenidos en la conversación. De ese modo, si mantenemos la mente abierta, cosa altamente difícil en nuestros días, podremos encontrar, racionalmente, las redes donde se construye ese pensamiento que consideramos negativos y desarrollar los argumentos para rebatir lo que consideramos equivocado y, quizás, con suerte, construir mejor todo.
Mantener la mente abierta, decía, es altamente difícil en nuestros días. Esto se puede constatar con la actitud beligerante que se toma frente a la cantidad de cosas que “no se pueden decir”. Los discursos políticamente correctos se han multiplicado, sin embargo, éstos no se acompañan de actos en el mismo sentido. Todos sabemos que decir no es un problema, es, muchas veces, hasta demasiado fácil. Pero también sabemos que lo que afecta a los seres humanos es lo que hacemos, generalmente. Si, podrán decir que por algún lado se debe comenzar. Pues comencemos por enfrentar ideas con ideas para ofrecer herramientas intelectuales ciertas a los que deben ser orientados en el futuro. Eso es educación. Aquello que siempre decimos que es fundamental y que no siempre le ponemos el empeño que lo fundamental exige.
Si digo algo contrario a lo que tú piensas y tu reacción es algún tipo de violencia contra mi o contra lo que se supone que puede ser importante para mi no estás adelantando en nada. Estás produciendo un efecto aún más negativo.
Mal camino hemos tomado si el hablar no es posible, si las ideas, aún las que no nos gustan o las que consideramos erróneas no se pueden exponer. Hemos perdido el único objetivo que nos puede conducir hacia la verdadera perfección: que la comunicación, como ideal humano, sea posible.
Que los discursos nunca apaguen a la palabra es el verdadero y, personalmente, único mandato revolucionario que nuestra humanidad precisa. El resto sólo son estrategias de los poderosos para mantener sus poderíos y que algunos aceptan creyéndose idealistas y no lo que verdaderamente son: estúpidos ingenuos.
Desearíamos que la gente no piense ciertas cosas, es verdad. Pero la censura no es la opción para cambiar y adecuar nuestra sociedad a lo que deseamos que piense. La historia lo ha probado largamente.
Decir algo y ser responsable de lo dicho pero nunca ser responsable por haber pensado eso. Esto, que parece un contrasentido, es la base de nuestra libertad. La ley tiene una figura que es muy importante, la apología del delito. Esto es lo que hace que uno sea responsable de lo que dice y deba asumir sus consecuencias. Pero nunca debemos olvidar que pensar es el recurso humano por excelencia. La capacidad de abstracción y de construcción de realidades nuevas. Porque pensando aún equivocado y, continuando a pensar, podemos corregirnos.
Esto implica que la acción de escuchar una idea que es errónea para nosotros es, en realidad, un arte. Es una forma de construir futuro, a pesar que la idea sea contraria a nuestro pensamiento, o quizás, sobre todo por ello. Así lo considero pues, las ideas altamente extremistas a nuestras posiciones, aquellas que son profanas según nuestra creencia, las otras, las que son opuestas a los principios más inquebrantables que sostenemos, todas ellas se desnudan en sus contenidos en la conversación. De ese modo, si mantenemos la mente abierta, cosa altamente difícil en nuestros días, podremos encontrar, racionalmente, las redes donde se construye ese pensamiento que consideramos negativos y desarrollar los argumentos para rebatir lo que consideramos equivocado y, quizás, con suerte, construir mejor todo.
Mantener la mente abierta, decía, es altamente difícil en nuestros días. Esto se puede constatar con la actitud beligerante que se toma frente a la cantidad de cosas que “no se pueden decir”. Los discursos políticamente correctos se han multiplicado, sin embargo, éstos no se acompañan de actos en el mismo sentido. Todos sabemos que decir no es un problema, es, muchas veces, hasta demasiado fácil. Pero también sabemos que lo que afecta a los seres humanos es lo que hacemos, generalmente. Si, podrán decir que por algún lado se debe comenzar. Pues comencemos por enfrentar ideas con ideas para ofrecer herramientas intelectuales ciertas a los que deben ser orientados en el futuro. Eso es educación. Aquello que siempre decimos que es fundamental y que no siempre le ponemos el empeño que lo fundamental exige.
Si digo algo contrario a lo que tú piensas y tu reacción es algún tipo de violencia contra mi o contra lo que se supone que puede ser importante para mi no estás adelantando en nada. Estás produciendo un efecto aún más negativo.
Mal camino hemos tomado si el hablar no es posible, si las ideas, aún las que no nos gustan o las que consideramos erróneas no se pueden exponer. Hemos perdido el único objetivo que nos puede conducir hacia la verdadera perfección: que la comunicación, como ideal humano, sea posible.
Que los discursos nunca apaguen a la palabra es el verdadero y, personalmente, único mandato revolucionario que nuestra humanidad precisa. El resto sólo son estrategias de los poderosos para mantener sus poderíos y que algunos aceptan creyéndose idealistas y no lo que verdaderamente son: estúpidos ingenuos.