El sexo como simple
hecho de procurar el placer y encontrarlo, en ocasiones. El sexo como actividad
humana. Si, sé, los animales lo practican también. Pero la diferencia está
allí, siempre. Es solamente nuestra especie, la humana, quien puede darse el
lujo de escribir sobre el sexo; de imaginarlo, de soñarlo, de leerlo, de reproducirlo
en detalles y usar toda el abanico de las emociones para hacer que sea, esa
experiencia, una instancia particular o anodina.
Me corrijo, entonces, el
sexo como sólo los seres humanos podemos hacerlo. Desde la simple descarga
funcional hasta aquel tejido en sentimientos y expuesto en gestos. El sexo como
encuentro, como distancia, como bronca, como recuerdo, como tatuaje, como oda,
como llanto, como descubrimiento, como aventura, como ritual sagrado, como
entrega, como despedida, como juego, como desesperanza, como lo que fuera. Sólo
nosotros, los humanos somos capaces de hacer los mismos gestos, la misma
actividad, infinita cantidad de veces y, al mismo tiempo, dotarla de un sentido
diferente, personal, propio, único cuando queremos.
Lo curioso, es que
podemos hacer del sexo, una actividad compartida, una actividad solitaria y una
actividad de personas que están juntas, aún sin encontrarse. Por ello, nómades
somos de cuerpos y pieles, de labios, de gestos, de genitales expuestos, de
lujuria, lasciva y amor. Porque el sexo también es utilizado por el amor, como
un lenguaje preciso, real y sincero (¡Bendito sea por eso!)
Por ello, no dudemos en hablar el
lenguaje del sexo, de pulirlo como si fuese una artesanía, de buscarlo como si
fuera necesario, de desearlo como si fuera un lujo, de pretenderlo como si
fuese ambición, de amarlo como si fuera encuentro único. Tal vez, si nos
dedicamos un poco más a ello, quizás, sólo quizás, podamos hacer de este mundo
un lugar un poco mejor.