¿Qué hacer frente a la injusticia que, tantas veces, produce el poder? Este es, indudablemente, uno de los temas más importante que todo sistema de gobierno tiene como desafío y como clave para su desarrollo. En teoría esto no es difícil. Alcanza y sobra con una suma elemental. La justicia sería = utilización de un compendio de reglas claras de juego + un juez independiente que permita definir ese uso correcto de las leyes. Sabemos, sin embargo, tanto por ciencia cierta como por experiencia cotidiana, que esa suma teórica tan simple en el papel (leyes adecuadas y conocidas + jueces independientes) no se realiza siempre. Así, en la realidad esta operación debe incluir, arbitrariamente, una serie de factores que se van agregando a la suma y que hacen que el resultado sea incierto y contrario a la lógica.
Así tenemos los que agregan despóticamente decretos o pequeñas normas para adecuar las leyes a sus intereses, jueces que son manipulados, ya sea por su propia moral estrecha o por maniobras de quien dispone del poder, tenemos, también, interpretaciones según lo que está en juego. La injusticia, por ello, parece una cuestión inevitable, sobre todo cuando las leyes iniciales chocan con los intereses de quien tiene el poder.
A este problema se le suma otro, tan grave o aún más como el mencionado. Nadie quiere abiertamente ser sindicado como el responsable de una injusticia y, entonces, para evitar esa responsabilidad, los que cometen la injusticia y tienen el poder, elaboran sentencias, dictámenes y/o enunciados para justificar, abierta y vigorosamente, que los cambios realizados, las interpretaciones arbitrarias y las normas no respetadas obedecen a una visión inmaculada de justicia y aquel o aquella que no piense así debe estar condenado por alguna razón.
Esto que acabo de pintar someramente es mucho más común de lo que quisiéramos pretender. Especificando que esta situación planteada no es exclusivo de sistemas de gobierno, existen, y mucho, en las familias, instituciones barriales, grupos de amigos, tal vez porque la sociedad comienza a gestarse en grupos menores.
Lo cierto es que esto es muy difícil de revertir sin una disputa fuerte. Pero para ello debemos saber que como toda disputa puede terminar en un quiebre definitivo. Ser firmes implica, necesariamente, tomar partido por algo, con convicción. Si esa disputa está relacionada con un principio esencial que uno pretende defender, debemos saber, que implica el resguardo del principio exige correr el riesgo del conflicto y con ello enfrentarnos con quien ataca ese principio. Un conflicto que, posiblemente no tenga una solución fácil.
Ahora bien, ¿estamos dispuestos a defender justicia o tranquilidad? Esta pregunta es clave porque, mal que nos pese, no siempre van juntas.
Domingo, 19 de Noviembre de 2006
Así tenemos los que agregan despóticamente decretos o pequeñas normas para adecuar las leyes a sus intereses, jueces que son manipulados, ya sea por su propia moral estrecha o por maniobras de quien dispone del poder, tenemos, también, interpretaciones según lo que está en juego. La injusticia, por ello, parece una cuestión inevitable, sobre todo cuando las leyes iniciales chocan con los intereses de quien tiene el poder.
A este problema se le suma otro, tan grave o aún más como el mencionado. Nadie quiere abiertamente ser sindicado como el responsable de una injusticia y, entonces, para evitar esa responsabilidad, los que cometen la injusticia y tienen el poder, elaboran sentencias, dictámenes y/o enunciados para justificar, abierta y vigorosamente, que los cambios realizados, las interpretaciones arbitrarias y las normas no respetadas obedecen a una visión inmaculada de justicia y aquel o aquella que no piense así debe estar condenado por alguna razón.
Esto que acabo de pintar someramente es mucho más común de lo que quisiéramos pretender. Especificando que esta situación planteada no es exclusivo de sistemas de gobierno, existen, y mucho, en las familias, instituciones barriales, grupos de amigos, tal vez porque la sociedad comienza a gestarse en grupos menores.
Lo cierto es que esto es muy difícil de revertir sin una disputa fuerte. Pero para ello debemos saber que como toda disputa puede terminar en un quiebre definitivo. Ser firmes implica, necesariamente, tomar partido por algo, con convicción. Si esa disputa está relacionada con un principio esencial que uno pretende defender, debemos saber, que implica el resguardo del principio exige correr el riesgo del conflicto y con ello enfrentarnos con quien ataca ese principio. Un conflicto que, posiblemente no tenga una solución fácil.
Ahora bien, ¿estamos dispuestos a defender justicia o tranquilidad? Esta pregunta es clave porque, mal que nos pese, no siempre van juntas.
Domingo, 19 de Noviembre de 2006
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