Algunas personas dicen, con mucha soltura, “soy franco y directo. Digo las cosas que siento y al que no le guste que se embrome”. En un mundo tan pleno de hipocresías y mentiras, parece que es una virtud el hacerlo así. Sin embargo, lo cierto, que esas personas se olvidan de un pequeño gran detalle: no somos propietarios de la verdad y lo que decimos así, a boca de jarro, no necesariamente será una verdad, sino hasta puede ser una mentira, un error o, también, una estupidez sin más. Sin contar que lo que se puede decir sin pensar y, valga aclarar, a veces sin sentir –pensando que sentir es partir un poco del pensar que el otro también existe- no es más que una forma de ver las cosas y, quizás, de construir lo que el otro puede o no ver, pero también una manera de destruir lo que el otro intenta.
Los jueces, por lo general, son los que deben determinar sentencias. Ellos, según la tradición jurídica, hablan por sus sentencias. Esto, quiere decir, en definitiva que de sus bocas sale lo que es, según su óptica y que, muchas veces, debe aceptarse como el patrón que define las cosas que están en juego. El juez analizará mucho o poco, tomará en cuenta lo que la ley establezca o no, sumará, o no, su sentido común, y emitirá sentencia. La sentencia del juez no implica compromiso, es más, cuanto menos compromiso tenga con aquel que es juzgado, más fácil será poder emitir una sentencia cierta. Siempre en la teoría, aclaremos.
Pero la vida cotidiana no nos pone a personas con las que no tenemos compromiso. Sino personas con las que decidimos hacerlo o no. El juicio, entonces, debería perder su gesto cotidiano para convertirse en una actitud más solidaria, más colaborativa, más, valga la redundancia, comprometida con el otro, quien ya no es el juzgado, sino el que nos da diálogo.
Decir la verdad sobre lo que sentimos, creemos y pensamos, o intentarlo seriamente, es algo que podemos esperar conseguir y, sin dudas, intentar seriamente hacerlo. Pero no confundamos, con nuestra mejor intención de decir la verdad sobre lo que pensamos, sentimos y creemos sobre nosotros y los demás con el peso de la sentencia que muchas veces aplicamos a esa idea de franqueza que algunos utilizan. La diferencia, sin dudas, está en una idea de compromiso, muy fuerte que, siempre es individual, es decir, yo con el otro y no, necesariamente, reciproca.
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