El amor, ese sentimiento que todos ansiamos. El amor, con sus
variantes, con sus diferentes formas de expresarse, de sentirse, de vivirse. La
variedad de la comunicación humana le da un abanico a sus manifestaciones que
parece infinito (jamás es infinito, nuestras maneras de manifestarnos es
limitada, aunque, curiosamente, sea infinita la combinación posible).
Pero el amor, en cualquiera de sus variantes tiene constantes que
hacen que se pueda llamar amor a ese sentimiento que nos une a personas tan
diferentes y que permite que el vínculo que las una se pueda manifestar en
tantas expresiones variables. Entre las constantes que podemos encontrar está
la renuncia. Es decir que podemos decir que no hay amor sin renuncia.
Pero, valga decirlo, la renuncia es una de las palabras más
importantes en el amor, en realidad en la vida misma, pero que genera una
sensación encontrada. Efectivamente, renuncia parece algo negativo, para
algunos. ¿Por qué relacionar como elemento sustantivo algo un poco negativo en
ocasiones a algo tan hermoso y necesario como el amor? Veámoslo
El contacto con el otro, tanto en su necesidad como en el deseo, exige
que uno reconozca dos o tres cuestiones, en muchos casos implícitamente. La
primera, elemental como precisa: no soy tú, no eres yo. Esto, que se conoce
como alteridad, es la base primera que define la humanidad. Darnos cuenta que
entre yo y el otro –aquí es importante el “yo” primero- no puede haber nunca
continuidad, sino existe una imprescindible contigüidad. La segunda cuestión
que surge es, a partir de la conciencia de esa alteridad, es la necesidad de
algo que pueda hacer que en esa contigüidad se pueda encontrar maneras de
producir acercamientos, también vital, para el encuentro permanente con el otro.
Aquí surge la comunicación –en su variada, creativa y compleja manifestación
humana- como el recurso de la especie para hacer de la contigüidad inevitable
un aliado. La tercera cuestión que surge, es la renuncia. Como elemento
metafórico, principalmente. Ciertamente, frente a la inevitabilidad del otro,
que se transforma en necesidad, y la necesidad de comunicación, que se
transforma en inevitabilidad, la renuncia aparece como hecho ineludible.
Simplificando, para poder comunicarnos, en cierto momento debemos renunciar a
hablar, debemos renunciar a monopolizar la palabra. Para encontrarme con el
otro, necesito renunciar a ciertas cosas.
El otro implica renuncia, lo que no implica mutilación. Esto vale
decirlo. El amor como lo que surge y se muestra en nosotros en relación al otro
conlleva sensaciones de las más diversas: somos diversos, para sentir, para
vivir, para experimentar, para comunicar. La renuncia tiene el valor real de lo
que uno hace. No hay que creer que los demás pueden llegar a comprender el
nivel de renuncia que uno hace por causa del amor. Ni siquiera el amado, la amada.
Es importante, entonces, comprender que no ama más quien más renuncia pero
quien nunca renuncia realmente no ama.